Hoy día se llama fascista a cualquiera que nos parezca autoritario y se tacha de fascismo a cualquier forma de autoritarismo. Si bien es cierto que el autoritarismo es un componente esencial del fascismo, lo es más el de la violencia extrema. Sin que esto nos haga suponer que el autoritarismo de la derecha esté exento de violencia, por otro lado consustancial a ella, dirigida fundamentalmente a combatir y neutralizar, cuando menos, a la izquierda y a cualquier forma de progresismo. El autoritarismo y la violencia van de la mano.

Fascismo es la forma más violenta del Estado, dirigida ésta (la violencia) contra las fuerzas progresistas y, sobre todo, a la aniquilación de la izquierda.

El capital y el Estado, en connivencia con cierta jerarquía eclesial, se rebelan contra la posibilidad de perder, aunque solo sea en parte, sus privilegios y beneficios y acuden a la violencia, en primera instancia verbal, y no dudan en arrasar, todo lo violentamente que estimen necesario, la democracia hasta desarticular, cuando no aniquilar, a la izquierda.

Las algaradas, cada vez más, claras incitaciones a la violencia, que hemos presenciado últimamente, no son sino el prólogo o un aviso de la posibilidad de la deriva hacia un Estado autoritario, fascistoide, si no, fascista.

Ya los conocemos. Están aquí, han permanecido latentes muchos años, ahora cuando el capital, la moral mojigata y el egoísmo desaforado han visto cuestionar sus privilegios, los despiertan, los sacan de su letargo y a...

Solamente hay que hacer memoria o mirar a nuestro alrededor.

La represión, la violencia y el miedo son sus armas favoritas. La democracia les sirve sola y únicamente limitada, controlada... y si les permite medrar; si no, autoritarismo, violencia en la medida que crean necesaria... y a correr. En eso estamos. Y no repararán en gastos.

Después, de entre sus mismas filas, una vez liquidado el problema y restablecido el orden surgirán los salvadores de la patria, demócratas de toda la vida para devolver sus derechos (¿) a una sociedad atemorizada, desprovista, ya, de las fuerzas progresistas y de lo mejor de la izquierda.

Solo la defensa de nuestros derechos y la unidad de acción nos pueden preservar de la muerte azul de la camisa nueva.

A modo de resumen, los enemigos de la democracia:

-El miedo al cambio (necesario a causa de los cambios).

-El conservadurismo derivado del miedo al cambio, a perder su status económico, social y político.

-El patriotismo infantil y ultramontano, motor sentimental.

-El desmesurado poder de minorías adineradas que manejan la política exclusivamente en función de sus intereses, sin miras a un futuro socialmente hablando, sin conciencia de justicia distributiva, del justo reparto de la riqueza, con el beneplácito de una parte de la jerarquía eclesial que predica la caridad olvidándose de la justicia y con una justicia, en parte, conservadora y poco amiga de cambios.

-Sus apoyos, en muchas ocasiones y paradójicamente, provenientes de sectores social y económicamente desfavorecidos y, por supuesto, de políticos arribistas y paniaguados.

-Y, cómo no, los medios de comunicación mayormente controlados por ellos.

El fascismo vive al lado, el autoritarismo de la derecha llama a tu puerta.