frente al cientificismo hierofante del momento actual, en el que todos creemos saber de todo mediante la consabida aplicación informático-computacional, una ola reactiva emerge reivindicando el gnóstico lugar de la espiritualidad. Si a principios del siglo pasado la teosofía emergió como un fenómeno paradigmático que diera ocasión, entre otras cuestiones, a parte de la renovación de las artes contemporáneas mediante su ligazón esotérica con la Ciencia Oculta del antropósofo Rudolf Steiner, tal vez hoy no lo estemos menos a través de su derivación ecosófica. Cientificismo hierofante, como explicación global del mundo en su constrictivo proceder reduccionista y fragmentario y cosmogónica espiritualidad mentalista de concepción holística, tienen un punto de convergencia, dual y negacionista, en la teoría del conocimiento ecuménicamente adjudicadas a los padres de sus correspondientes iglesias, es decir, partidarios de uno u otro proceder.

Este último intento de conciliación obrado por los ecósofos entre sensibilidad y conocimiento, no obstante, se hace particularmente doctrinario en la unívoca posesión de determinadas verdades, que lo son, a su vez, respuesta a la univocidad de su contrario cientificista, puesto que como en su día denunciara el epistemólogo Mario Bunge, el paradigma del complejo tecnocientífico de origen capitalino y urbanita no siempre obedece ni responde a los intereses de la propia ciencia, sino a los de una servidumbre que el capital impone a ciertos usos técnicos derivados de la misma en su doble vertiente de poder y negocio. Tras lo cual nunca me cansaré de traer a colación el ensayo de un ignorado antropólogo norteamericano, que en mis años de juventud impactara profundamente el espíritu inquieto y adolescente en búsqueda de nuevos horizontes para una identidad futura, bajo título de La cultura contra el hombre. Su autor, Jules Henry, era presentado como discípulo de Franz Boas y Ruth Benedict, luciendo una pose académica de sabio reflexivo mientras trata de encender su pipa delante del depósito de saberes con que cuenta su biblioteca particular. En la contraportada de dicho ensayo se puede leer: "La cultura contra el hombre se hace eco de que esta sociedad, tan comprometida con la supervivencia física, puede al mismo tiempo estar muriéndose emocionalmente".

Trátese de una mirada introspectiva a la Norteamérica de mediados de siglo pasado que en muchas de sus facetas no ha perdido un ápice de actualidad. Como por ejemplo, en el tratamiento dado por aquel entonces al papel desempeñado por la chismografía, de la mano del galanteo y la popularidad, considerada como enfermedad de la adolescencia, pero que es indicativa, por su papel preponderante, de la inmadurez de la sociedad presente, en el momento donde al parecer (en las tesis de historiadores como Yuval Noah Harari) cultura y civilización se han fusionado o están camino de hacerlo. Chismografía que, por otro lado, ha adoptado el nivel de una auténtica categoría de la episteme socio biológica. El antropólogo deduce de la exposición de una serie de experiencias el que: "En una cultura competitiva, el éxito que alguien obtiene en algo constituye la propia derrota de uno, aun cuando ese éxito nada tenga que ver con uno".

Entre los filósofos de la ecosofía preocupa esa desafección hacia el sentimiento, hacia la sensibilidad, que reclaman como la propiedad de la Mente primera, en una repartición tripartita donde el concepto ocupa la Mente segunda constituyendo la realidad en la Mente tercera una modalidad de síntesis evolutiva de las precedentes. Así lo defiende el autor de La mente participativa, Henryk Skolimowski tras percatarse del progresivo hundimiento hacia el que camina la sociedad industrial: "Hoy somos testigos de un colapso parcial de la espiral de conocimiento de la civilización industrial Occidental (algunos afirman que se trata de un colapso total), así como del colapso correspondiente de las paredes de nuestro cosmos. El asunto es serio. Hemos intentado parchear nuestra espiral del conocimiento (basada en el paradigma mecanicista newtoniano) de muchas maneras. Y simplemente no funciona. Debemos advertir que lo que estamos buscando no es sólo una alternativa a la medicina tecnológica, o a nuestro pensamiento atómico y objetivador, sino una alternativa a la espiral del conocimiento global, a nuestra entera concepción del cosmos".

Las razones de este colapso ya las adelantó nuestro antropólogo cuando en el texto mencionado escribiera: "Si se juntan, en una cultura, incertidumbre y método científico, espíritu de competencia e ingenio técnico, se obtiene un nuevo compuesto explosivo de gran potencia al que llamaré impulsión tecnológica". Desarrollando esta misma idea de la siguiente manera: "En su marcha hacia delante, la impulsión tecnológica se traga recursos naturales a tal velocidad que deben formarse sociedades internacionales para descubrir y explotar recursos nuevos. Ayuda, mediante una presión propagandística constantemente aumentada, a disminuir las defensas contra las compulsiones internas a expresar necesidades insaciables, a la vez que unce el esfuerzo humano a las mismas máquinas, que nutren los apetitos consumidores".

En este sentido una visión intelectual como la de Jules Henry puede parecer ciertamente gnóstica, es decir de "el que conoce" al otro conociéndose, previamente, a sí mismo (cfr. F. García Bazán). Se sabe, no obstante, que las fuentes de las que dimanaba el conocimiento gnóstico, presentes en el renovado movimiento espiritual, eran de muy diversa procedencia bajo el principio de la revelación y del desvelamiento, motivado, sin lugar a dudas, por un protoiluminismo de los hijos de la luz. Por otro lado el esquema al que hace referencia Skolimowski de las tres Mentes, no deja de mostrar un cierto resabio hegeliano. Revelación que en todo caso pretende ser pensamiento reverencial ante el milagro de la vida desde la visión ecofeminista unificadora del par complementario razón-intuición. Y que por lo mismo bien merece la pena ser atendido.

El autor es escritor