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la carta del día

Ansias de pureza

Diós le sobraron cinco días de creación. Debiera de haber descansado ya desde el segundo. Una vez que había separado la luz de las tinieblas, en el día primero, no debió continuar. Lo de separar las aguas y las tierras, poner el sol y la luna en el cielo, crear las plantas, los animales, los seres humanos, el jardín del Edén con sus cuatro ríos, el árbol del conocimiento del bien y del mal, sus frutas y la serpiente, nos acabó proporcionando un mundo demasiado complicado. Los descendientes de Adán y Eva vivimos en la eterna nostalgia del primer día, en que todo era puro, simple, fácil de comprender. Había luz y había oscuridad.

Nos confunde lo complejo y ansiamos las cosas puras. Poder percibirlo todo del lado de la luz o del lado de la oscuridad. Clasificarlo todo como bueno o como malo. Que lo bueno constituya el bien absoluto, que lo malo pertenezca al mal absoluto. Que la gente sea buena o sea mala. Que los buenos vayan al paraíso y los malos al infierno. Que el más allá, y a ser posible el más acá, esté poblado solo por ángeles y demonios. Que nosotros, por supuesto, seamos de los buenos. Que quienes no nos gustan sean de los malos. Lo nuestro es el bien, lo ajeno es el mal. Nuestras ideas, nuestras creencias, nuestras percepciones, son las acertadas, las de los demás son erróneas. Nuestras leyes son sabias, las foráneas son absurdas. Nuestra tierra es maravillosa, las tierras extrañas son vulgares. Nuestra historia es heroica, la de otros es banal. Nuestras guerras son justas, las que hacen otros son inicuas. Nuestros crímenes fueron en defensa propia, los que cometen otros son imperdonables. Nuestros principios son sagrados, los contrarios son abominables.

Nos gusta la pureza de lo binario. Sí o no. Blanco o negro. Nacional o extranjero. Frío o caliente. Inocente o culpable. Patria o muerte. Moderno o anticuado. Dictadura o democracia. Sangre roja o sangre azul. Con o sin. No nos gusta el depende, lo tibio, la duda, lo mixto, los matices, lo multicolor, lo desteñido, la penumbra, lo poliédrico, lo gradual. Que el otro pueda tener parte de razón, o sus razones, o su porción del bien, o una cuota de la verdad.

La realidad que se inició a partir del segundo día de la creación es muy inhóspita. No nos da tregua. Nos rodean la impureza, las cosas que llevan mezcla de otras cosas, las personas que tienen dos caras, las ideas que resultan imprecisas y borrosas. Vivimos en la incertidumbre, en la perplejidad, en la añoranza de lo que no fue ni pudo haber sido, en la necesidad de olvidar y de engañarnos a nosotros mismos, en la convicción de estar en lo cierto aunque sepamos que nos equivoquemos con frecuencia, en la continua sorpresa que nos depara lo conocido, en descubrir que quienes nos rodean no eran como pensábamos, en la cruel polisemia de todas las palabras que empleamos, en la insoportable contradicción, en la desconfianza sobre nuestras propias dudas, en el cansancio que nos provoca la fatiga.

Buscamos algunos remedios para sobrevivir en este mundo tan enrevesado. Nos juntamos solo con los que son como nosotros. Evitamos a los extraños. Nos aferramos a lo que ya creemos saber. Leemos los periódicos que ya sabemos qué noticias nos van a dar. Viajamos a lugares que ya conocemos o que son como los que ya conocemos. Escuchamos la opinión de quienes piensan igual que nosotros. Desconfiamos de lo que dicen los que no son de los nuestros. Hacemos oídos sordos a lo que no entendemos. Cada noche, antes de dormir, necesitamos que nuestros padres nos vuelvan a leer los mismos cuentos de siempre cuyo final feliz ya conocemos.