l Parlamento de Navarra, al calor de una espantosa grabación y un punzante documental, ha exigido que se investigue lo ocurrido con Mikel Zabalza, y lo ha hecho por unanimidad. Esto no debería extrañar, pues nada hay de raro en pretender descubrir la verdad, hacer justicia y aliviar así de algún modo el larguísimo dolor de la familia. Sin duda es imposible sanar una herida semejante, pero cualquiera con dos dedos de frente, y un corazón a la izquierda, juzga humanísimo ese afán por perpetuar la memoria de un vecino, un novio, un hijo, un hermano. También resulta lógico el deseo de esclarecer su asesinato. Y, si es posible, de señalar a los culpables. Estamos de acuerdo, ¿no?

A la vista está que no. Pues otras víctimas del terrorismo han acudido al Parlamento, a varios parlamentos, para pedir exactamente lo mismo, esto es, que se aclare el crimen de 326 vecinos, novios, hijos, hermanos y, a ser posible, que se conozca a los victimarios. Y, sin embargo, su demanda les ha parecido a muchos un capricho de aguafiestas, un tedioso intento de anclarse en el pasado o, peor, el fruto de una terca ansia de venganza. Ya saben, hay que mirar hacia el futuro, de nada vale empecinarse en el rencor, blablablá.

Ni siquiera sirvió otro duro documental, Contra la impunidad, para extender entre el paisanaje, y entre cierto parlamentaje, la empatía hacia aquellas viudas y huérfanos. Así que nos venden un libro que yo no entiendo o, no nos engañemos, entiendo muy bien: pase usted página, en concreto 326 páginas, que son un incordio, un rollazo. Y quédese solo con una, la suya, esa que, en realidad, tampoco es de ellos.