ientras la cuarta ola de la pandemia es ya más una amenazante realidad que una predicción acertada de los burócratas de la sanidad todas las esperanzas andan puestas en las vacunas como alivio para una situación sociosanitaria que ya dura demasiado y que pasará más facturas de las deseadas. Las promesas de los políticos se han quedado en eso y las cifras de personas inmunizadas andan más lejos de lo pronosticado y de lo deseado. En España se han administrado casi nueve millones de vacunas en tres meses y en Navarra la cifra se queda en 140.000, aunque los totalmente inmunizados se quedan en un tercio de esas cifras. La verdad es que con las vacunas -o mejor dicho con las grandes farmacéuticas que las controlan- se está haciendo una gestión timorata y condescendiente. La Unión Europea, principal administrador de compras tras desembolsar ingentes cantidades de dinero para su desarrollo, ha sido ninguneada por alguna de esas multinacionales, fundamentalmente AstraZeneca, y la opacidad y confidencialidad de los contratos no ayuda a confiar en su fracasada gestión. Sus promesas de vacunar para el verano al 70% de la población chocan con su habitual actitud condescendiente, con la geopolítica y con el nacionalismo ultramontano de países como Reino Unido, impulsor de una de las tres vacunas que se aplican. Sólo así se explica que este país u otros como Israel, y también algunos en vías de desarrollo, nos hayan sobrepasado claramente. Incluso EEUU, lastrado por la política negacionista de Trump ha tomado ahora la delantera con una estrategia de inversión y vacunación valiente y efectiva. Salir del hoyo en el grupo de cabeza supondrá tener ventaja en el futuro. Por eso los criterios geopolíticos se imponen muchas veces a los sanitarios. Los viales nos siguen llegando con cuentagotas, pese a las optimistas declaraciones de los políticos. Y esa falta de vacunas para la covid ha reavivado el debate sobre la necesidad de suspender las patentes durante la pandemia. No sería mala solución, ya que si se liberalizan, la producción puede pasar de 12 a 60 millones de dosis al día y aliviar la situación a los países más pobres. Pero los intereses geopolíticos estatales y los financieros de las farmacéuticas son, una vez más, demasiado poderosos aunque estemos ante una situación de alerta mundial.

Salir del hoyo en el grupo de cabeza supondrá tener ventaja en el futuro. Por eso los criterios geopolíticos se imponen muchas veces a los sanitarios