urante siglos este lema parecía designar a ese lugar de la filosofía con la que Stephan Körner inicia la cuarta parte de sus Cuestiones fundamentales de filosofía conocida bajo el nombre de metafísica y que comienza afirmando: "En las primeras páginas de este libro [€] he utilizado ocasionalmente el término metafísica al referirme a preguntas y respuestas que no eran lógicas ni empíricas y que no pertenecían a la filosofía de las ciencias naturales, a la matemática o a cualquier otra disciplina no filosófica [€] Sin embargo, los presupuestos metafísicos pertenecen de forma tácita a todas las parcelas del pensamiento común y científico". La primera aclaración que nos ofrece dicho autor es el hecho de que la metafísica no es una metamatemática, cuyo objeto supondría el estudio teórico de una teoría por otra, sino el fruto de algo bastante más sencillo como pueda ser la propuesta realizada por James Bridle, en conclusión de su ensayo sobre la Nueva Edad Oscura, de la imperiosa necesidad que tiene el ser humano de "pensar, repensar y seguir pensando", aún en ausencia del control que aparente dominar la vigencia de todo sistema de conocimiento, así como de su supeditación a determinados intereses. Cuestiones que tienen que ver con el aristotélico ser del ser, con aquel conocimiento pretendidamente trascendido en la experiencia de Kant, con el bersogniano, intuitivo y directo, prescindiendo de otras mediaciones e, incluso, con esa existencial búsqueda del sentido en autores como Sartre y Merleau-Ponty.

El objetivo de Bridle, no obstante, consiste en desenmascarar ciertos excesos del considerado motor civilizatorio que, bajo el auspicio del genérico apelativo de progreso, oculta situaciones paradójicas en una linealidad historicista mal entendida, ilustrándonos con el ejemplo, entre otros muchos, de aquel esfuerzo inversor en materia tan actual como es el de la investigación farmacológica -al menos en el plano computacional-, dando como resultado, en lugar del crecimiento exponencial esperado, una reducción en el número de avances. A ello parece contribuir el hecho de que este nuestro mundo se encuentre condicionado por el último instrumento de la creación humana, argumentando, en la estela del pensamiento de los historiadores de la ciencia Albert van Helden y Thomas Hankins al constatar el que "como los instrumentos determinan lo que se puede hacer, también determinan en cierta medida lo que se puede pensar", y el que "la forma en que pensamos está moldeada por las herramientas de las que disponemos". Siguiendo esa máxima este autor infiere que estamos en la era dominada por la máquina de ordenación y computación facilitadora de automatizadas operaciones de cálculo impracticables hasta tiempos recientes, debido a su extensión poco menos que inabarcable, por la ciencia y conocimientos humanos tradicionales. El relato de lo que se nos viene encima es finalmente concluido con esta recomendación: "En última instancia, cualquier estrategia para vivir en la nueva edad oscura se fundamenta en la atención al aquí y ahora y no en las ilusorias promesas de predicción, vigilancia, ideología y representación computacionales. El presente siempre es el lugar donde vivimos y pensamos, a medio camino entre una historia opresiva y un futuro desconocido". Argumentación que no dista mucho de la visión metafísica del inglés Collingwood calificada por Köner como "dogmática histórica".

De las tres concepciones que para la metafísica elige Köner en su libro de iniciación filosófica: la ontológica de Aristóteles, la epistemológica de Kant y la histórica de Collingwood, como buenos británicos que son ambos (aunque el primero, Köner, sea de origen austrohúngaro, y el segundo, Bridle, de un ignoto lugar de Britania se encuentre residenciado actualmente en Atenas), a no dudar que si de elegir se tratara lo harían críticamente, eso sí, con la de su paisano, puesto que la metafísica de aquél ha de tratar de "descubrir los presupuestos últimos que, como hechos históricos concretos, son, o han sido confeccionados por los individuos de alguna comunidad, especialmente por sus científicos, teóricos y otros teorizadores". Ahora bien, en un mundo de manifiesta globalidad donde estos últimos constituyen en sí mismo agrupaciones mutualizadas de intereses bajo dominio de la utilidad en manos del mercado y de la institución pertinente, realmente cabría preguntarse dónde quedarían, o qué lugar habrán de ocupar, aquellas colectividades cuya razón de su metafísico ser no es tan mensurable como desearía lo fuera el planificador programa de turno. En este sentido, recuerda Köner como ya Kant, frente a la aristotélica cuádruple división de las causas metafísicas como esencia, materia, movimiento e intención, defiende con Aristóteles el deseo de "distinguir las proposiciones metafísicas de las proposiciones matemáticas" en ese esfuerzo por correlacionar al ser, de un lado, con la percepción y el pensar del otro sin necesidad de obrar como el resto de ciencias particulares, "que después de dividirlo en partes toman una de ellas y estudian los atributos de tal parcela como hacen, por ejemplo, las ciencias matemáticas." Lo que da pie a la visión escindida que tenemos de su naturaleza.

El problema del método científico que obra por reducción es el de la infinita inabarcabilidad a la que se ve sometido sino fuera porque en momento dado un cierto grado de pragmatismo decide ponerle un límite. La ciencia, en este sentido, no es menos nebulosa que su antagónica metafísica cuando aspira a lo absoluto. Por ello, Köner anima a seguir matizando la dogmática collingwodiana, con "un nuevo concepto relativista de metafísica".

Para terminar, este filósofo inglés, en línea con la reflexión del antropólogo Richard Wagner, respecto del diferente modo de percepción y procesamiento del conocimiento generalizado, según tradición dada e incorporada, habrá de observar: "Una persona inteligente que haya sido educada en una sociedad primitiva, dentro de una estructura categorial impregnada de nociones mágicas, y que se haya licenciado en una o varias ciencias naturales, puede experimentar un fuerte conflicto entre su estructura mágica y su conocimiento científico. Pero creo que puede, mediante un adecuado análisis por sustitución de sus conocimientos científicos, ajustarlos a su estructura categorial original. Si todo lo demás falla, siempre le queda el recurso de subordinar la ciencia a la magia, de modo similar a como el científico que cree en una religión que incluye la aceptación de los milagros subordina la ciencia a sus creencias religiosas". Este, con la experiencia pandémica en plena vigencia, parece ser un límite no superado cuando todo lo demás falla. Ante la muerte somos primitivos que tenemos, aun desde la inversión del pensar, la imperiosa necesidad de contar con una creencia.

El autor es escritor