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Sanfermines, la luna y el dedo de Enrique Maya

l coronavirus ha suspendido los Sanfermines por segundo año consecutivo. Era una crónica anunciada. Maya solo ha sido un convidado de piedra prescindible en esta decisión. No hay que darle más vueltas. A Maya no le ha obligado nadie, es su responsabilidad. No tenía otra. Ni eso ha entendido. Es una decisión dura que afecta a un estado de ánimo social ya cansado y también a la economía y el consumo locales. Pero es una consecuencia lógica una vez asumido que la salud pública es una causa de fuerza mayor. En este año la ciencia, la sociedad y el sistema sanitario han avanzado y dado pasos importantes en el control de la pandemia del coronavirus, pero sus duros efectos siguen siendo una realidad objetiva. No sólo las restricciones y las medidas de limitación de derechos y libertades, sino también la incertidumbre periódica sobre la capacidad de respuesta del sistema sanitario, siempre en el alambre. La decisión no sólo es inevitable. También está asumida por una sociedad concienciada, pese al cansancio y las contradicciones. Lo prioritario es minorizar los riesgos humanos. Y las aglomeraciones de unas fiestas populares y sociales como son los Sanfermines son aún incompatibles con esa prioridad. Insistir en las contradicciones del pasado año es idiota. Sobre la Feria del Toro de Iruña -la única ya grande del mundo en honor al toro-, La Meca lo ha dejado claro. Sobre la presencia de Maya en la foto política de una misa para privilegiados, es eso, propaganda personalista sin siquiera valor religioso. Ni siquiera creo que merezca la pena polemizar o enrarecer la política más de lo que ya está. Maya solo ha anunciado la suspensión de unos Sanfermines que ya estaban suspendidos. Lo sabían hasta los niños y niñas, porque sabían que tendrán que esperar un poco más para disfrutar de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos por las calles de Iruña. También llegará ese momento y será seguramente impresionante en el recuerdo para el futuro. Da igual que Maya haya esperado un día o un mes antes que después. Es socialmente irrelevante y políticamente, en este momento social y económico, prescindible. Es un debate que está amortizado. No sé si la suspensión de los Sanfermines conllevará la suspensión en cadena también del resto de las fiestas populares de verano. De unas, simplemente por su fecha de celebración, será igualmente inevitable. Otras quizá puedan mantener aún un pequeño hilo de esperanza pensando en el final del verano. Pero tampoco eso es ahora lo principal. Lo sigue siendo el coronavirus, su control sanitario y el proceso de vacunación para intentar alcanzar cuanto antes la anhelada inmunidad colectiva. Como siempre, es más importante mirar a la luna que ensimismarse tontamente con el dedo. Por eso mismo no tiene un minuto de tiempo pensar en que la imposibilidad de disfrutar otra vez de los Sanfermines puede ser un motivo de alegría. Es sencillamente una putada, los vivas más o menos o incluso no los vivas. Eso sí, Iruña estará muy viva. Ya ha estado viva en sus calles y barrios este año. No como siempre, pero sigue habiendo vida en Iruña. Y el intento ridículo de ocultar sus nuevas rectificaciones políticas bajo el capote de San Fermín no tiene un pase. Quizá nunca mejor dicho.