Ni en nuestros sueños peores. Nunca pudimos imaginar al disfrutar del Chupinazo de La Pamplonesa en 2019, el más merecido de la historia en tanto que banda sonora de la fiesta callejera por excelencia, que nos íbamos a sumir en un agujero negro de dos ediciones en blanco y sin rojo. Pero aquí estamos, asumiendo a duras penas este vacío emocional desde la convicción de que sin inmunidad de rebaño no caben nuestros Sanfermines sin igual, abiertos y populares.

Esa certeza se suma a otra, la de que el alcalde Maya cree que las fiestas de San Fermín son de su exclusiva propiedad y no de la sociedad pamplonesa en su conjunto. Inclusive de quienes huyen del jolgorio de 204 horas continuadas con cada 6 de julio porque también lo pagan, si no como consumidores sí como contribuyentes. Tal patrimonialización de la jarana colectiva por el primer edil, acreditada con el sainete que protagonizó para hacerse notar hasta confirmar unilateralmente la suspensión definitiva, merece el máximo reproche. Y, con idéntica firmeza, la exigencia de una puesta en común inmediata con el resto de representantes de la ciudadanía y los agentes más directamente concernidos. Especialmente para planificar con un año por delante, una vez que hemos pasado el anterior mirando al empedrado -pongamos por caso el de la Estafeta-, la actualización de los Sanfermines haciendo virtud del parón obligado por la covid.

Antes que nada por el propio porvenir de la fiesta. Pues, en un entorno de creciente competencia con otros eventos de alcance internacional cimentados sobre la cultura y con una difusión de valores centrada en el ciberespacio -y más en concreto en las redes sociales-, no parece bastar con la impronta gastroalcohólica actual como elemento de interés mediático más allá de los hitos del Chupinazo, la procesión, el Pobre de Mi y el encierro por encima de todo. Ese impulso modernizador preservando las esencias, sobre la diversificación de un ambicioso programa sustentado en la colaboración público-privada -con un retorno a los patrocinadores en términos de imagen-, obedece también a una motivación de urgencia económica. En el sentido de que, en el contexto de una brutal crisis postpandémica, los Sanfermines tienen que redoblar su condición de negocio sin verter todos los costes sobre la población local, salvo cuando toca fin de semana y se disparan puntualmente los visitantes.

Así que Maya debe cumplir, provisto de la humildad debida, con su función de catalizador de un proceso participativo y audaz para alumbrar los Sanfermines del futuro. Qué mejor legado para un alcalde de la vieja Iruña sin mayoría absoluta. Aunque actúe como si la tuviera.VÍ