or fin terminaron las elecciones de la Comunidad de Madrid. A veces parecía que no existía otra cosa. Es una pena pero es así: el peso de la política está sobredimensionado en los medios. Claro está, me refiero al peso de la política como amarillismo, en el sentido de sobrevalorar ocurrencias personales y de infravalorar las ideas de gestión (subir impuestos, bajarlos, gastar más en sanidad o infraestructuras) o las normas de convivencia (mantener el cierre perimetral, cambiar la hora del toque de queda o legislar sobre asuntos más delicados como la eutanasia) que va a realizar cada partido.

En fin, se trata de valorar los resultados electorales desde un prisma, a poder ser, más profundo. Las tertulias se limitan a los números, y con saber sumar y restar es fácil razonar los tipos de gobiernos que se pueden dar. La gran polarización existente ha creado dos bloques claramente determinados: la izquierda y la derecha. Esa es, quizás, la primera conclusión. Todavía se sigue dando importancia a la separación entre unos y otros cuando en la práctica dicha separación no existe como tal. Si valoramos la tendencia numérica de los últimos años en España llama la atención comprobar que, en general, el PSOE ha bajado los impuestos y el PP los ha subido. Y no, no es una interpretación de los datos. Son cifras, y los números no engañan aunque a los que engañan le gustan mucho los números. En este sentido, llama la atención un comentario que realizó Antonio Garamendi, presidente de la patronal, cuando hablaba de la presión fiscal en España. "Si dividimos los impuestos entre el total de la población, estamos por debajo de la media. Si dividimos los impuestos entre el total de la población que paga, estamos por encima de la media". Bueno, el político ya tiene una estadística para elegir según quiera demostrar que hay poca presión fiscal o mucha presión fiscal. Es otra vieja expresión: hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas.

Llama la atención que, por una vez, estas elecciones no las han ganado todos. Precisamente, siempre existía alguna pequeña estadística a la que agarrarse cuando la cosa iba mal, pero en esta ocasión no ha sido así: tres partidos políticos han admitido haber sufrido una gran derrota.

Siempre que se dan unos resultados aparecen los análisis que explican todo aplicando otra idea típica: "una vez visto, todo el mundo es listo". Y no, no es así. Precisamente antes de las elecciones el asesor de Pedro Sánchez, el todo poderoso Iván Redondo, lo tenía muy claro, con un mensaje semejante a éste: "hoy en día la gestión política en sí misma no se lleva. Lo importante son las emociones, en especial tres: el miedo, el rechazo y la esperanza. Lo que debemos hacer es gestionarlas a nuestro favor". Si observamos el lema de los diferentes partidos, tenía razón: en un caso era libertad o comunismo, en el otro democracia o fascismo. De nuevo el retrovoto: votar a un partido para que no gane otro. Azuzando el miedo que pueda tener un potencial elector al comunismo o al fascismo, nos llevamos su voto. Así, surge una duda razonable: ¿tiene razón Iván Redondo y sus rivales lo han hecho mejor? ¿O más bien lo que cuenta es la gestión y todo esto de las emociones es una tontería? Es un debate interesante y fascinante cuya contestación nos servirá para valorar hacia dónde van a ir las contiendas electorales del futuro.

La gestión es importante, sobre todo si es nefasta. Tendemos a remarcar lo negativo y a no valorar con la misma intensidad lo positivo. Pero el peso de la emoción es mayor. El miedo funciona. No en este caso: siempre. Por esa razón lo más útil en marketing es hacerle ver al cliente potencial cómo se va a encontrar si no nos compra. No de una forma directa: lo tiene que descubrir por sí mismo. Y lo mismo funciona en los votos. Sin embargo, todavía se puede profundizar más, hasta nuestros instintos más primarios. Es el denominado nivel reptiliano. Deseamos mantener nuestra identidad y evitar siempre el peligro. Por eso hay electores que nunca votarán a ciertas opciones políticas, según se sienta más navarro, español o vasco; más de izquierdas o de derechas.

Pues bien, esto es un problema de futuro. Los gurús electorales, en especial desde la época de Dick Morris como asesor de Bill Clinton en las elecciones de 1996 con su célebre lema es la economía, estúpido, se han aplicado el cuento y además de las emociones buscan asociaciones. Es decir, que se perciba un candidato como de los míos. Y eso es peligroso, muy peligroso. Lo que debería preocuparnos es cómo se ingresa, cómo se gasta y qué normas de convivencia usamos. Sin embargo, eso no parece importar a muchos políticos. ¿Y a la sociedad civil?

Economía de la Conducta. UNED Tudela