ntre el ruido de las elecciones madrileñas y la confusión del estado de alarma esta semana quizá haya pasado desapercibido el resultado de otros comicios, los de Escocia, que quizá queden geográficamente lejos de la agenda política pero conceptualmente son muy interesantes en un mundo sin fronteras. Como sucede con la victoria de Ayuso las extrapolaciones siempre son difíciles pero las tendencias y corrientes de fondo son importantes siempre a tener en cuenta. Hay varios elementos llamativos en los comicios escoceses: la nueva y contundente victoria de los nacionalistas del SNP; la consolidación decisiva de un grupo emergente: los Verdes; la resurrección de los conservadores capitalizando la causa unionista y los problemas de los laboristas para encontrar un espacio propio. Como sucedería con el brexit, el referéndum ha polarizado la campaña ahora con unas coordenadas nuevas, ya que el independentismo ha asegurado una mayoría que le legitima para reactivar la vía del referéndum con una paradoja: muchos votantes han visto la oferta del SNP como una forma de "seguir en Europa" más que "salir de Gran Bretaña". Y esto, unido al claro liderazgo femenino en el SNP y a la subida del partido de los Verdes -por otra parte una corriente de fondo en la Europa continental- aportan otros dos ingredientes interesantes y no solo circunscritos a la realidad escocesa. La batalla electoral no solo se ha dilucidado en el eje centro/periferia polarizante sino en el de izquierda/derecha. Pero el laborismo, versión británica del socialismo, quizá no haya sabido interpretar en el que fuera antes un feudo suyo una nueva mutación social que ve en el ecologismo, el feminismo y una gestión descentralizada del poder -en el que lo local no está reñido con lo global- una versión más actualizada de las corrientes progresistas de fondo, que se traducen en votos y son una buena respuesta al conservadurismo de siempre, que en unos lugares se camufla con una capa de barniz populistas, para intentar atraer a bases humildes y en otros, saca la bandera del nacionalismo centralista de derechas. Y todo ello manoseando un concepto universal como la libertad. No hay libertad real sin equidad o cohesión social. Y la amplitud y transversalidad de la base social es lo que legitima al soberanismo a ejercitar el derecho a decidir, cuyo ejercicio hay que regular.