stamos muy lejos del escenario de mayor impacto de la pandemia covid en nuestro entorno. Ni el sistema sanitario sufre ahora las tensiones que lo asfixiaban hace apenas unas semanas; ni la incidencia y transmisión están en los niveles de riesgo extremo que vivíamos de manera cíclica y creciente tras la Navidad; ni la más dramática de las estadísticas, la de la mortandad, ha modificado severamente la tendencia a la baja que, afortunadamente, la vacunación masiva ha permitido consolidar. Y, sin embargo, los datos de evolución, que auguran aún hoy un verano de mayor relajo, están viéndose matizados. El riesgo directo no está tanto en un brote concreto fruto de un momento puntual. No tenemos un problema serio, en cuanto a su extensión, con las fiestas que, con motivo del final de curso académico, han colaborado a una transmisión más intensa de las nuevas variantes del coronavirus. El verdadero riesgo es amortizar este indicio, frivolizar sobre su alcance y, en consecuencia, volver a las andadas en materia de menor prevención individual y responsabilidad colectiva. No se trata fastidiarle a nadie las vacaciones pero sí de poder disfrutarlas en entornos seguros mediante prácticas seguras. Tampoco de señalar a los jóvenes por sistema sino de identificar, también para su protección, los usos irresponsables que se han producido. Esa sensación de impunidad, de inmortalidad incluso, que acompaña a la adolescencia es ficticia y quienes tienen un papel fundamental en ponerle límites no es tanto la potestad administrativa como la autoridad social y familiar. Lo ocurrido en Palma de Mallorca no debe elevarse a categoría siempre que consigamos que sea una anécdota. Muchos de los propios implicados no están acreditando un conocimiento ni una responsabilidad equivalentes al ejercicio de libertad que demandan. Un debate jurídico tampoco nos va a resolver la papeleta. No se trata de limitar derechos individuales propios sino de protegerlos, precisamente, frente a la laxitud a la hora de poner límites cuyo desborde agrede derechos ajenos. Estamos ante un momento clave que determinará la evolución del verano. Los usos y prácticas que incrementan los riesgos de transmisión son conocidos de sobra; los mecanismos para evitarlos, también. Los datos nos advierten con suficiente antelación y sería un error imperdonable volver a las andadas.