Síguenos en redes sociales:

A la contra

Gajes del oficio

a semana pasada publiqué la primera columna del curso. Iba sobre furgonetas camperizadas y autocaravanas. A algunos les pareció algo divertido y a otros, en cambio, una afrenta o falta de respeto a furgoneteros y usuarios de esos vehículos. El texto pretendía, con menos o más éxito o ninguno, ser sin más una broma acerca de una manera de viajar, sin intención de molestar ni mucho menos faltar al respeto. Las columnas a veces son eso y en 17 años que llevo y casi 3.500 columnas pues hay sitio para cosas así, las serias, las erróneas, las sensibles. Hay hueco para todo. Y uno sabe que lo que a X le parece gracioso a Y le parece una faltada. Asumo eso y también que si yo tengo la libertad de decir cosas también me sean dichas a mí. Antes de seguir, comentar que una columna es un espacio en el que muchas veces se usa la exageración, la hipérbole y hasta la creación y que es una figura periodística antiquísima. Además, que servidor sí ha estado en interiores de vehículos de estos, claro, y que para hacer dos bromas livianas no es necesario haber viajado en ellas, amén de que insistí por activa y por pasiva que me parecía como idea una cosa muy chula. El caso es que les debió de ofender a algunos mucho y el disparo al plumilla fue bastante severo. En la página de Facebook de este medio, que colgó el texto, se me llamaba Mamarracho, bobo, subnormal, gilipollas, idiota y de ahí seguido. No es nada grave puesto que uno conoce a sus congéneres, pero tampoco negaré que agradable no es y que, por supuesto, no guarda proporción con lo que uno puso en el periódico. No es agradable la sensación de que de un tiempo a esta parte en este ágora público en el que se han convertido las redes sociales -y eso es genial- poner a caldo a quien sea y directamente insultarle es una práctica tanto permitida como habitual. Y si es periodista, con más gusto. Para reflexionar, la verdad.