o mejor de día de la Lotería de Navidad son las vísperas. En particular para quienes nunca nos cae un euro y nos agarramos a la parte inmaterial que supone la adquisición de un billete: la compra de ilusión a raudales. Y ese premio por anticipado, el que nunca juega no lo disfruta. Horas antes de que comiencen a girar los bombos, te metes en la cama pensando en lo que harías si recibes una recompensa cuantiosa; y ahí cabe de todo: viajar, comprar, dejar de trabajar y hasta repartir, que el dinero en abundancia da para muchos. Después de tantos años, yo me refugio en la creencia de que compro lotería por ilusión más que por la certeza de que alguna vez pueda salir retratado en el brindis de los ganadores. Esos raticos de ensoñaciones en los que haces miles de planes no se pagan con los 20 euros del décimo. Escuché ayer al psicólogo Emilio Garrido afirmar que ese estado de esperanza “genera un estrés positivo”; también que “la ilusión de ganar hace que la economía funcione”. Hombre, el impulso a la economía se lo darán los nuevos millonarios; al resto de humanos sin blanca nos queda la socorrida sentencia de que el dinero no da la felicidad. Pero lo cierto es que puede hacer realidad algunas ilusiones...