o sé cuantos litros de agua de lluvia por metro cuadrado es capaz de absorber la tierra, si es que existe un parámetro exacto. Pero todo lo que están descargando las nubes en este final de otoño e inicio de invierno ha dejado una fina lámina permanente sobre la que tengo la sensación de flotar a diario. No recuerdo el último día que llegué a casa y tenía las suelas secas. Ni por dónde transita el sol detrás de esa gruesa capa de nubes. Ni si sigue todavía ahí, más allá de alguna esporádica y tibia aparición. Llueve con tanta frecuencia que la gente pone una mano en el paraguas y un ojo en el río. No digo que después de las riadas desencadenadas hace un mes haya psicosis de desbordamiento entre la población que vive más cerca de los cauces, pero sí una lógica prevención por lo que pueda venir. De hecho, este fin de semana saltaron todas las alarmas cuando el Ultzama y el Arga crecieron a lo grande en caudal. Aun a riesgo de caer en el catastrofismo, los ayuntamientos por los que discurren los ríos se apresuraron a lanzar avisos al vecindario para que retiraran los coches estacionados en las riberas. Mejor pecar de exceso que discutir después sobre si eran previsibles o no tormentas de tanta envergadura como las de diciembre.
Otro asunto es afrontar y desarrollar los planes necesarios para evitar -en la medida de lo posible, porque tratamos con las fuerzas de la Naturaleza- nuevos desaguisados en los bienes públicos y privados. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se apresuró a venir a las zonas afectadas en el sur de Navarra para hacerse la foto. El pasado lunes, la vicepresidenta Teresa Ribera también giro visita, pero en su caso lo hizo acompañada del anuncio de inversiones por valor de 36 millones para mejoras en el curso del Ebro. Lo que hace falta, como siempre, es que las promesas se ejecuten en lugar de avanzar al ralentí por los vericuetos de la burocracia. Que no suceda como con el proyecto para evitar los problemas que generan las compuertas del Queiles y Mediavilla, que duerme en un cajón de la Administración foral, como hoy recuerda en su información Fermín Pérez-Nievas. Y es que con las riadas, en Navarra llueve sobre mojado.
No digo que después de las riadas haya psicosis de desbordamiento entre la población que vive más cerca de los cauces, pero sí una lógica prevención por lo que pueda venir