A imprecisa e incipiente vía del diálogo diplomático entre Rusia y EE.UU. respecto al conflicto en Ucrania no está teniendo, al menos de momento, un efecto apaciguador en la crisis prebélica que se está viviendo en el este de Europa. La tensión continúa latente, aunque modulada en virtud del desarrollo de los acontecimientos. La reunión celebrada el pasado viernes en Ginebra entre el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, y el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, sirvió para poner de manifiesto el estado de situación de la crisis, en la que el Kremlin, una vez tomada la iniciativa de carácter militar con el despliegue de 100.000 soldados a la frontera ucraniana, plantea sus exigencias sobre cómo debe configurarse la seguridad europea, el veto a la ampliación de la OTAN hacia sus dominios así como la retirada de las tropas de la Alianza Atlántica de las antiguas repúblicas soviéticas de Rumanía y Bulgaria, países soberanos y miembros de la UE. Es decir, una vuelta a la situación de 1997, veinticinco años atrás. Vladímir Putin exige ni más ni menos que el mantenimiento de la histórica área de influencia de Rusia, desmantelada tras el estrepitoso hundimiento del bloque soviético. Un imperialismo de nuevo cuño, quizá aparentemente menos evidente y férreo, más sutil, pero igual de controlador y beneficioso para sus intereses personales, políticos, económicos y geoestratégicos. Un peligroso juego en búsqueda de réditos que pretende reeditar la nefasta política de bloques y en el que a Putin le sobran una factible Ucrania plenamente soberana, democrática y proeuropea y le estorba también la propia UE ampliada por el este. El informe de los servicios de inteligencia británicos conocido ayer que desvela que el Kremlin tiene planes para derrocar al actual gobierno ucraniano y colocar un ejecutivo títere en el país -calificado por Rusia de "tontería" y "provocación"- no es una opción descartable, aunque sí sería complicada. Todo ello, con la Unión Europea como convidado de piedra en un conflicto en el que se juega la seguridad en la zona, con implicación directa de estados miembros. La acumulación de soldados, equipamiento militar y armamento letal en la frontera ucraniana está aumentando la tensión. Con Putin enrocado, la solución por vía diplomática, incluida la amenaza de sanciones, se vislumbra tan lejana como imprescindible.