uando le ocurrió, verbo comodín, a la primera de las infantas, princesas o altezas reales, que aún no me aclaro, lo llamaron “cese temporal de la convivencia matrimonial”, sintagma floripondio muy acorde con su nombre sonajero: Elena María Isabel Dominica de Silos de Borbón y Grecia. Ojalá los contratos temporales durasen tanto como aquel cese. O como ese nombre. Cuando le ha pasado, cosas que pasan, a la segunda del clan, que en el carné del videoclub aparece como Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia, lo han denominado “interrupción de la relación matrimonial”. Por lo visto ya no convivían, solo se relacionaban. Cualquier cosa menos hacer lo que hace el populacho, que es separarse, divorciarse, mandarse a la mierda, desearse lo mejor o lo peor, según vaya la fiesta. Y que te den, que te den por ahí.

En los medios palatinos manda otro lenguaje. Puesto que un rey nunca es infiel ni traiciona a una reina ni comete adulterio, lo suyo es tener una compañera de regatas, una socia en los negocios, incluso una nueva amiga entrañable que lo rejuvenece, sí, eso también se ha publicado: una nueva amiga entrañable que lo rejuvenece. Si alguien le pone a usted los cuernos, le mete guampas o le pega los tarros, y le cuenta que se ha echado una nueva amiga entrañable que lo rejuvenece, ¿usted qué hace? ¿Sopapo o carcajada? La cosa, en fin, viene de lejos. Así que cuando hablen de quién presentó y celestineó a suegros, yernos, nueras y demás gentes que se cesan e interrumpen, bastará con que lean un poco: Lope de Vega se inventó la “estafeta amorosa” y Calderón, “agente de negocios de Cupido”. De nada.