esulta que durante dos semanas un alcalde merecía ser reprobado por xenófobo, racista, clasista y mentiroso. Son palabras muy gruesas. O, dicho de otro modo, unos menores no acompañados merecían una declaración de apoyo porque la máxima autoridad de la ciudad los había señalado de forma al parecer muy fea. Eso había entendido yo, y eso afirmaban en público los socialistas. Sin embargo ayer, mientras desayunaba, me enteré de que no, de que, acaso en un arrebato solidario, ese alcalde había dejado de ser xenófobo, racista, clasista y mentiroso. O quizás lo fuera a su muy particular manera, pero el asunto no era para ponerse tiquismiquis. En consecuencia, deduje que a esos menores no acompañados igual les correspondía una palmadita en la espalda, pero por lo bajinis y sin pasarse: nada de reprobar a quien los señaló ni de emitir una condena.

Al cabo de un rato - la vida te da sorpresas- puse la radio en el coche e inferí que el alcalde reinsertado había vuelto a las andadas y de nuevo estaba hecho todo un xenófobo, racista, clasista y mentiroso, ya que había reunido méritos, en muy poco tiempo, para ser sin duda reprobado. Al aparcar pensé que ese repentino cambio en el pleno municipal tal vez aliviaría el ánimo de los menores no acompañados, que a esas alturas estarían alucinando: en pocas horas habían pasado de merecer un sentido amparo institucional a no ser merecedores de él, para en seguida, sin ninguna explicación que les atañera, recuperar la dignidad de merecerlo. Alguien echó un ojo al VAR en Madrid, y donde había penalti ya no lo había, y luego otra vez lo había. Política, le llaman.