A Albert Rivera le han echado de su curro en un importante despacho de abogados de Madrid, de esos que se apellidan De Influencia, por vago. Por no pegar palo al agua, vaya. Las puertas giratorias le llevaron a uno de esos Despachos de Influencia que crecen como los champiñones -se dedican a fichar ex políticos e hijos de las elites y la aristocracia para que actúen como abridores de puertas que faciliten los contactos para las grandes operaciones que conforman la actual economía especulativa-, tras verse obligado a abandonar la políticas después del batacazo electoral de Ciudadanos en noviembre de 2019. Un justo final para un paso por la política que fue un desastre para la sociedad, para el Estado, para la credibilidad de los medios que le apoyaron con entusiasmo total y para la mayoría de los ciudadanos. Su carrera política a trompicones, desde sus orígenes en la derecha extrema, se construyó con el discurso del enfrentamiento, la fractura y la confrontación como argumentos de base. Sus mentiras constantes sobre Navarra o sus fantochadas en Alsasua sirven como ejemplos de su falta de ética y de principios. Pese a ello, los grandes medios de Madrid empujados por el Ibex 35, la banca y las estructuras oscuras del Estado intentaron auparlo al máximo poder. Todo era un inmenso fiasco y así ha terminado. Ahora, la vida real le ha vuelto a retratar como lo que es de verdad: un jeta de cemento armado también en el ámbito profesional. El cruce de acusaciones está viajando de bochornoso a obsceno. "Aunque sabíamos de su completa inexperiencia, nos han sorprendido su inactividad, falta de implicación, interés y desconocimiento más elemental del funcionamiento de una empresa. No estamos habituados a discursos vacíos", es la última acusación de los responsables del bufete de abogados Martínez-Echevarría tras su salida. Resulta difícil de creer que tras años ocupando todos los espacios posibles en todos los grandes medios, los responsables de este solvente y conocido despacho de abogados desconocieran todo del pobre perfil de Rivera. Y más aún que le pagasen 130.000 euros durante años por no hacer nada. Rivera representa a esos personajes que ha servido a los poderes que controlan la mayor parte de los resortes del Estado para devaluar la democracia española. Las mismas elites que desde la impunidad tratan de manejar los hilos de la política para retorcer en favor de sus intereses la libre voluntad democrática expresada por los ciudadanos en las urnas. La herencia que deja es penosa en lo político y en lo profesional. Y también vergonzosa en los social. El Rivera que disfrazado de la etiqueta de el más liberal del mundo mundial quería recortar aún más los derechos laborales defendiendo el despido libre y que el trabajador se pagase su propio despido, exige ahora a su ex bufete que le pague los tres años que restan a su contrato y amenaza con acciones legales por lo que llama daño moral. Lo dice un personaje que ha dejado tras de sí un lastre de discursos e insultos que sí han dañado de verdad la convivencia y la democracia. Rivera era un títere más sin fundamento ni capacidad. Ahora también sabemos que es un vago. Un ejemplo real, de carne y hueso, no una metáfora, de lo peor de la política. Si piensa escribir un libro, que se lo ahorre.