e pequeño hacía los deberes solo. Creo que aquello era lo normal, aunque ya no se pueda generalizar, y menos sugerir que algo es normal. Salvo aviso expreso del colegio mis padres me pedían las notas al fin de cada evaluación, y en el día a día ignoraban si me tocaba aprender ríos o adverbios. Ellos trabajaban, yo aprobaba o pencaba. Y por supuesto no se sentían obligados a saber de ríos y adverbios, pues la lección era cosa nuestra, de alumnos y maestros. En verano me acompañaba Vacaciones Santillana, divertidísima actividad individual.

A los chavales se nos decía: "tienes que estudiar". Y no: "tienes que preguntar al tutor cuándo es el examen, y si entran las parábolas en la recuperación, que vaya mes llevamos". Hoy en muchos hogares el currículum escolar se ha elevado a tarea familiar, así que ya ni siquiera se disculpa al hijo echando balones fuera, sino metiendo goles en propia meta: "no entiendo cómo ha podido suspender, habíamos repasado juntos la materia". La lógica respuesta es que el Muy Deficiente -sí, antaño imponían tales traumas léxicos- le corresponde a todo el clan Peláez, no solo al crío.

Con este moderno reparto de responsabilidades, que devalúa la responsabilidad filial, el Sobresaliente también debería celebrarse de forma colectiva, con medalla de oro para los progenitores, de plata para el profesor particular y de bronce para la niña -suele ser niña-. Si ya desde la infancia se les empuja a correr dopados, ¿qué será de ellos cuando mengüe la dosis? Vamos, que antes en casa se enseñaba a distinguir el bien y el mal, y en clase a sumar y restar. Ahora parece que se estila lo contrario.