iajaba hacia algún sitio de la España que ahora dicen vaciada. Por si pudiera encontrar otra cosa más allá del ruralismo mitificado y nostálgico. El autobús iba lleno de gente en busca de ese vacío donde encontrar algo que hacer. A mi lado tenía a un compañero de viaje que dijo ser de Bolivia. Yo iba leyendo una cosa de Oteiza sobre el vacío y los huecos por si llegaba allí y no me hallaba. Luego me pasé al periódico. Llegué a la página donde aparecía esa noticia que nos ha puesto a todos de los nervios. La de ese par de comisionistas infames a los que todo dios quisiera ver en la cárcel de por vida por levantarse de una tacada seis millones de euros traficando con la enfermedad y la muerte ajena. Algo que será imposible porque, según Feijóo, siempre ha habido pillos en esta España de vómito eterno. Mi compañero de viaje, llamado Nelson, me preguntó qué leía. Le explique que lo del par de despreciables del HOLA con sonrisa de hiena y me dijo que algo le sonaba. El dinero es lo más poético que existe, me comentó. Por ejemplo, yo cobro al mes 735 euros y en esa cantidad cabe toda mi vida. A veces, dijo, divido los 735 euros en billetes de 20 para alargar la existencia, como si cada uno de esos billetes fuera la llave de cada amanecer. Entonces Nelson, como ya hiciera el almirante que le bajó los humos a la Armada Invencible, hizo una cuenta rápida: seis millones de euros divididos en billetes de 20 euros son 300.000 billetes. Eso son miles de amaneceres asegurados, un pasaporte hacia la eternidad, razonó. Le pregunté si no le jodía que mientras él ganaba 735 al mes, este par de miserables se fundieran en veinticuatro horas los seis millones en yates, relojes de lujo y coches de alta gama. Nelson contestó: “la vida es tan corta que uno a veces no sabe qué hacer con ella”. Y así llegamos a la España vaciada. Entre poesía y mala hostia.