a me he subido al vallado. Vaya subidón. Pasaron las clásicas controversias de los carteles de la Feria del Toro y el anunciador de los propios Sanfermines pero muchos no nos veíamos todavía vestidos de blanco y rojo. Ahora ya sí, porque con el vallado ha llegado además la polémica definitiva, tras la que no cabe vuelta atrás: la del programa musical por San Fermín. Abundan los que consideran un truño los conciertos previstos por valor de 345.000 euros ante lo escaso de figuras de renombre y se escucha bastante menos a quienes se dan por satisfechos por la concurrencia de estilos diversos, del pop al rock, del rap al hip-hop, del indie folk a la tecno-rumba. Otros tantos no sabemos muy bien qué decir, pues sin conocer las negociaciones primero y los cachés cerrados después no podemos forjarnos un criterio mínimamente sólido. Además de que nos cuesta reconocer a los integrantes del cartel más allá de Lola Índigo, La Oreja de Van Gogh o Camela, poco más da de sí nuestra cultura musical. Ahora bien, ninguna duda sobre el culpable de las expectativas que se hayan visto defraudadas: se llama Enrique y se apellida Maya, el falso profeta de un macroconcierto en el Navarra Arena que brilla por su ausencia más que los artistas contratados. Un autogol en toda regla fruto de las ínfulas de alcalde omnipresente, que en esta materia concreta debe responder con detalle a dos interrogantes: primero, cómo es posible que tras dos años sin Sanfermines haya que incrementar su presupuesto en 200.000 euros, cuando la mayor aportación para el espacio infantil Menudas Fiestas y los fuegos artificiales suponen apenas 50.000; y, segundo, por qué este ninguneo a los músicos locales. Ya de paso, cabe preguntarse hasta dónde podría mejorarse el programa festivo con los 100.000 euros que Maya tiene al parecer reservados para el banderón de Navarra con destino a la plaza de los Fueros. Esa enorme cortina pero de humo en el marco de la estrategia del alcalde multirreprobado de desviar la atención ante fiascos como la frustrada renovación del paseo de Sarasate o el vodevil de la pasarela del Labrit, táctica de despiste que incluye ajedreces pretendidamente sanfermineros, concursos de hípica veraniegos o botellas antibotellón gigantes. El ridículo con el macroconcierto imaginario debería persuadir a Maya de desistir de esta dinámica egocéntrica de ocurrencias y alcaldadas para, en sentido contrario, aprovechar el renacer de los Sanfermines y ejercer de verdadero catalizador de los anhelos de integración y convivencia de la mayoría social. Un alcalde de suma y no de división, que anteponga el interés general de quienes habitan la ciudad que rige temporalmente hasta difuminar las siglas como los primeros ediles que pasan a la historia, y que en el caso de San Fermín 2022 vele por que el jolgorio discurra por su carril, sin salirse de los márgenes del sano disfrute y sin protagonismos estridentes contrarios por definición al espíritu de unas fiestas sin igual. Básicamente, porque se celebran en la calle entre iguales.

Tras el ridículo del macroconcierto Maya debiera desistir de las alcaldadas y aprovechar el renacer de los Sanfermines para ejercer como alcalde de suma y no de división