Navarra activó ayer el nivel 2 del Plan de Emergencia ante el último incendio declarado en Carcastillo que arrasó un pinar y rastrojo de campos cosechados y que se preveyó controlado a última hora de la tarde. La movilización de recursos, con más de setenta efectivos pero sin necesitar al final del dispositivo militar, da una idea de la rapidez con la que se actúa cuando existe la ventaja de tener un único foco de fuego localizado y, a la vez, todo lo que hemos aprendido de la virulencia con la que prende la naturaleza tras casi tres meses sin lluvias. También de la necesidad tanto de contar con todos los apoyos necesarios de otras comunidades limítrofes como de poder limitar determinadas actividades, es decir, controlar la situación desde el primer momento y prevenir para evitar daños mayores con protocolos preparados. Las primeras investigaciones apuntan a que el incendio de ayer pudo ser intencionado al haber varios focos abiertos de forma simultánea, muy próximos uno de otro y cercanos a la carretera, algo que produce rabia e indignación teniendo en cuenta que si ya la actividad humana acarrea más riesgos que nunca debido a las altas temperaturas y la ausencia de humedad (no hay más que ver lo que ocurrió con las cosechadoras hace ahora un mes o el fuego originado por una empresa de reforestación en Ateca), que existan intereses ocultos detrás de las llamas resulta del todo incomprensible y debería perseguirse con toda la fuerza de la ley. Un mes después de los macroincendios que asolaron en Navarra más de 15.000 hectáreas es también momento de hacer balance y aprender. Para mejorar en las tareas de limpieza de monte, de vigilancia potenciando a su vez el trabajo que se hace desde los pueblos como conocedores más cercanos de las zonas rurales en claro declive, y de volcar toda la tecnología (drones, etcétera) disponible para detectar cualquier señal. Un reto para la gestión de estos nuevos incendios de sexta generación, y no vale con hacer demagogia barata como hizo ayer el consejero de Medio Ambiente de Castilla y León (PP)que culpó a los ecologistas y “sus nuevas modas” de los incendios. A su vez la labor de bomberos, muchos de ellos voluntarios, pero también del propio vecindario evitó que las llamas dañaran muchas viviendas. Tareas de limpieza y auzolan que continúan en pueblos como Legarda cubiertos de ceniza. Otras como Puente la Reina se han visto resentidas en sus negocios turísticos. Las pérdidas en el patrimonio natural tardará años en recuperarse. l