¿Quién no ha tenido la sensación, al entrar en esos comercios que no disponen de puerta o la tienen siempre abierta, de que se estaba produciendo un absurdo desperdicio energético? ¿Tiene sentido pasar de estar a 5 grados en la calle a más de 25 al acceder a este tipo de locales? ¿Es sano ese cambio tan brusco de temperatura? Lo mismo sucede a la inversa. ¿Es bueno para el cuerpo, cuando el mercurio supera los 30 grados en la calle, entrar a una tienda con el aire acondicionado por debajo de 20? Todos sabemos que no y la inmensa mayoría hemos sufrido afonías y resfriados a cuenta de climatizadores con una programación cuando menos cuestionable. Por ello, parece evidente que, más allá de que se pueda discutir, grado arriba grado abajo, si la calefacción debe estar a 19 grados y el aire acondicionado a 25, esas instalaciones que sueltan chorros de aire caliente o frío hacia la calle, son un disparate. En definitiva, lo que toca regular ahora, incluso por encima de que haya que cumplir ante la UE el compromiso de ahorro del 7% del consumo energético, es algo tan sencillo como que la temperatura en los sitios públicos sea la adecuada para estar en un ambiente confortable sin necesidad de pasar calor en invierno ni frío en verano.