Le faltó tiempo a José Javier Esparza para dictar la nota de prensa en la que acusaba al PP de “dar por finiquitada Navarra Suma de forma unilateral” y de “anteponer sus propias siglas”. Lo dice el que sí antepuso sus reales cuando el año pasado, y sin que nadie le preguntara, dijo que en UPN se abría un “periodo de reflexión sobre la continuidad de la coalición”, reflexión en la que Su Excelencia no pensaba participar porque para eso era el presidente del partido. Todo un líder. A la cobardía de entonces se añade la de ahora, aliñada de mendacidad: hace tiempo que tenía tomada la decisión de disolver el tinglado, pero le daba apuro justificar el bandazo. Esparza ya ha optado por situar lo que quede de su partido como ergástula del socialista. Si los de Chivite bajan y esa caída no es compensada por la subida de EH BIldu, se postulará como presidente o vicepresidente o lo que sea, al modelo de antaño, coaligando en reedición de tiempos infames. A la vista de todos ha demostrado Esparza que le importa más que le inviten a comer Cerdán y Bolaños que mantener dos diputados. Para calibrar el fango político en el que mora el personaje habría que recordar cómo gestó lo de Navarra Suma. No fue una coalición de UPN con el PP, sino un acuerdo de UPN con Cs, porque en aquel entonces lo guay era Albert Rivera aunque no tuviera idea cabal del sentido profundo de la foralidad. Después, y solo después, le dejaron un huequecito a los peperos, porque a Esparza le daban como repelús, y con la condición de que mandaran a Ana Beltrán tras la muga porque no puede ser que esta mujer le haya dejado en evidencia en tantas tardes en el Parlamento. Negó Esparza que fuera un reencuentro con los populares, a la par displicente y ridículo. Ahora se afecta porque estos hayan dicho lo que es lógico, que quieren estar en las elecciones con sus propias siglas. Y el de Aoiz se hace el ofendidito y les atribuye tomar una decisión definitiva; la decisión que él mismo pretendía, y que ahora aparenta lamentar como haciendo un mohín. Hace unas semanas se sintió privilegiado por una llamada de cortesía de Feijóo. Hoy se constituye en su víctima. Vía libre para que le quieran un poquito más los de Sánchez.

De toda esta historia, lo que queda por dilucidar es si el PP sabrá reivindicarse y tomar en Navarra la decisión que ya no puede eludir por más tiempo. Es un partido que va a gobernar España el año que viene, y que en la Comunidad foral parece al albur de un tratante de burras ciegas que se cree el dueño de la lonja. Deberían los de Feijóo confiar más en su capacidad para suscitar una referencia política genuina, una voz de tono liberal, solvente lo suficiente como para romper con el papel subalterno en el que le quiere situar esta enésima jugarreta de UPN. Un camino que no es cosa de una legislatura ni de dos, pero que algún día habrá que emprender. Es particularmente estomagante esa acrítica asunción de que hay que propiciar la unión del centro-derecha como única fórmula para aspirar al poder. Porque, ¿cuál es la ideología de UPN? ¿Alguien podría afirmar que a día de hoy tienen cualquier tipo de identificación política aledaña a la de los populares? Sus únicos elementos sustantivos se resumen en esa silueta de Navarra que exhiben como logotipo, carente de contenido ninguno en su interior, y su añoranza del pacto con el PSN. No son centro-derecha como no son nada. Ahí debe surgir la pregunta fundamental de todo esto: por qué hay que unir lo que es notoriamente distinto. Las perspectivas políticas de UPN son el permanente declive de un partido que no se ha ocupado de crear una propuesta acorde con la Navarra de hoy, que sólo vive de dogmas caducados, y que está dirigido por un piernas que necesita que algo pase el próximo mayo antes de que se tenga que poner a buscar trabajo. Si el PP supiera hacer una lectura franca de qué es lo que la Comunidad foral necesita para los próximos 10 años, tendría claro hasta qué punto le merece la pena olvidarse de ellos. Como un día hicieron con Unidad Alavesa.

(Magnífica y referencial la serie de entrevistas que ha hecho en este periódico Jesús Barcos a Jaime Ignacio del Burgo, Juan Cruz Alli, Miguel Sanz y Uxue Barkos. A los cuatro les tengo aprecio –en distinto grado y por distintos motivos–, y los cuatro son personas con convencimientos, ideas y compromiso político. Desgraciadamente, hoy vivimos la época de los esparzas y los alzorris).