Hace once años fue Leitza y ahora, Falces. Con Leitza se despachó a gusto mediante un artículo en XL Semanal. Sin siquiera haber pisado el pueblo, juzgaba insolentemente a los leitzarras, a su lengua, a su cultura... Ahora, más sucinto, pero con el mismo tono faltón, ataca a la noble villa de la Merindad de Olite, a su gente y a su tradicional encierro.

Sin estar al tanto sobre su escrito acerca de Leitza, en cierta ocasión le di una oportunidad y me lancé a por una de sus columnas. La dejé sin terminar a riesgo de acabar intoxicado: faltas de respeto, improperios, sarcasmo barato… A pesar de todo, le di otras tres -sí, tres- oportunidades más. Basta. No vuelvo a leer al miembro de la “Real Academia de la Lengua Española”, al “escritor profesional”, como creo que le gusta presentarse.

Por añadidura, sospecho que sus tuits no son reacciones repentinas o cantos viscerales. Más bien parecen provocaciones lanzadas deliberadamente con la principal intención de ganar protagonismo a cualquier precio. Marketing agresivo y maleducado, vamos.

¿Alguien imagina a un Miguel Delibes, a un Manuel Rivas, a una Gloria Fuertes, a un Ramiro Pinilla, a una Denise Levertov, a una Mary Oliver, a un Billy Collins, a una… en ese papel? No, claro. Tienen otra piel, otra mirada…, juegan en otra liga lejana, y hablan con sus libros (son escritores, no sé si profesionales, pero sí eternos). No se rebajarían a publicitarse por su cuenta ni tosca ni elegantemente.

Ahora bien, no todo es tan funesto; Twitter tiene sus ventajas: le puedes hacer llegar tu indignación al susodicho directamente. Así, además de desahogarte, él te bloqueará. Palabra.