Hoy es el Día Mundial de los Animales. En agosto maté una víbora en casa de mi madre. Las víboras no son animales domésticos y esta se acercaba peligrosamente a la puerta de la cocina. No contribuyo mucho, sospecho.

También son peligrosos y tampoco calificaría de domésticos, domesticados o domesticables a los toros, aunque habrá opiniones. Este año, por ahora, han causado la muerte de trece personas en festejos, una de ellas aquí, en Tudela, y de una más, un carnicero de Murcia que hacía su trabajo después de una corrida. Durante todo el verano he seguido pasmada esta cuenta trágica y evitable. ¿Se imaginan que otro animal, perro, gato, víbora o jabalí hubiera causado en pocos meses idéntico número de decesos? ¿No estaría la opinión pública alterada y las instituciones responsables habrían tomado decisiones contundentes?

Seguro, pero el peso de la tradición es tal que acaba suponiendo la coartada para la irreflexión y es más fácil pedir servicios de cirugía cardiovascular estival y ambulatoria que aceptar que la causa de la causa es causa del mal causado. Para qué pensar si podemos no hacerlo, ¿no? Hace tres semanas la noticia era que un toro escapado del encierro entraba en el Ayuntamiento de Candeleda, Ávila. No pasó nada, pero podía haber pasado.

Durante este tiempo, he escuchado a responsables municipales achacar las tragedias a accidentes difíciles de prever o a la imprudencia o despiste de los participantes. No deja de admirarme la capacidad de ignorar al elefante, perdón, al toro, que es una bestia sacada de contexto, la causa de la causa. ¿Hasta cuándo financiaremos con dinero público estos eventos? Bajo su permanencia en los programas de fiestas late la idea de que alguna pérdida nos podemos permitir, que la adrenalina, el turismo o quién sabe qué bien lo merece.