La guerra sigue, nunca se ha parado. Pero el tiempo la va alejando. Como una mañana con niebla que nos impide ver el paisaje real. Día a día normalizamos el conflicto, dejamos que nos afecte menos. Nos distanciamos, poniendo distancia mental. No viendo, no leyendo, no escuchando. Evitando las malas noticias como siempre son los conflictos. Pero la guerra en Ucrania sigue, nunca se ha parado. Con sus mecanismos de destrucción y miedo activos. Los últimos bombardeos rusos sobre la ciudad de Kiev le han vuelto a poner sonido, color, imágenes y testimonios. El ruido de las sirenas ha vuelto alertando a la población, aunque quizás nunca han dejado de sonar. Siempre suena alguna en algún lugar del mundo. Las guerras no se acaban, se desplazan, se encadenan unas con otras; ni se ganan, porque siempre son muchos los que pierden. Es triste sentir una guerra tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Verte tan igual a quienes sufren y seguir con tu vida como si nada. Con qué intensidad la vivimos al principio y con que desdén la miramos ahora. Europa no ha logrado parar lo que nunca debería haber comenzado, esa Europa tocada y herida que ha dejado a la vista en estos largos meses desde aquel lejano febrero su incapacidad para lograr que avancen las conversaciones entre Rusia y Ucrania, que avance el diálogo y la paz como únicas armas de futuro.