Tengo referencias cercanas de dos personas de edad avanzada que han sido asaltadas recientemente en la calle por el método del abrazo. En los dos casos, las descripciones hablan de una mujer que se acerca de improviso a las víctimas y, con actitud cariñosa, las sorprende rodeándolas con sus brazos. Ante la reacción del anciano, la embaucadora abandona el lugar con rapidez tras pedir disculpas por lo que atribuye a una confusión, argumentando que creía que era un viejo conocido. Poco después, la persona burlada comprueba que le han sustraído una cadena o un collar. La Policía Municipal de Pamplona alertó hace unos días de una oleada de este tipo de robos, cada vez más frecuentes; en la CAV, por ejemplo, la Ertzaintza registró 303 sustracciones por este método en los últimos seis meses. En la mayoría de los casos no hay violencia que llame la atención de los viandantes más cercanos ni tampoco resistencia.

Frente a los divulgados beneficios de la terapia de abrazos, ese modus operandi de algunos delincuentes –los dos casos que cito se atribuyen a grupos itinerantes– obliga a llevar encendida la luz de alerta y huir de las muestras de cariño no reclamadas. Malos tiempos, pues, para aquellos bienintencionados que salían a las calles con un cartel ofreciendo abrazos gratuitos. Porque hay estudios contrastados que avalan la eficacia de un buen abrazo para mermar los efectos del estrés, de la relajación y buenas vibraciones que inyecta en el organismo un gesto tan sencillo y natural. Claro que, como en todo, detrás de una acción tan simple hay también quien percibe una oportunidad de negocio, desde quien oferta sus servicios de abrazador con resultados inmediatos por 70 euros la hora a empresas que han presentado un robot o un engendro de abrazar. El achuchón de una máquina fría, de una tenaza de dos palas, ha demostrado, sin embargo, su eficacia en personas con autismo. Hay de todo.

El gesto fraternal de abrazarse quedó congelado, como el apretón de manos, durante la pandemia. Ahora vuelve a estar bajo sospecha ante la oleada de robos y los damnificados son los ancianos. Quizá porque son los más necesitados de afecto.