El 23 de julio arrancó en Lakuntza la última edición del emblemático festival Hatortxu Rock, que se celebrará hasta el próximo 27 de julio y reunirá a más de 100 artistas. Esta 30ª edición ha sido posible gracias al compromiso de más de 7.000 voluntarios y voluntarias, reflejo vivo de los valores de solidaridad y colaboración que han definido al festival desde su nacimiento en 1999. Aunque este Hatortxu será el último, la causa que lo inspiró —el apoyo a los presos políticos, deportados y refugiados de Euskal Herria— continuará por otras vías.

Primer día de festival bajo amenaza de lluvia

Bajo un cielo gris y amenazante de lluvia, miles de vehículos comenzaron a acercarse al recinto, acumulándose en las entradas circundantes. A ambos lados de la carretera, grupos de amigos organizaban mochilas con ilusión por el inicio de la experiencia. En las taquillas, cientos de personas esperaban su turno para recoger las entradas, mientras las campas de Lakuntza se iban tiñendo de color: personas cargadas de mochilas, colchones, tiendas de campaña y familias con niños pequeños daban forma al ambiente festivo.

La apertura oficial tuvo lugar a las 17.30 horas en el área Beriain. El grupo de dantzas local interpretó un emotivo Aurresku, seguido por las palabras de la alcaldesa de Lakuntza, Oihane Uribetxeberria, quien agradeció al pueblo su implicación a través del auzolan y pidió a los asistentes que disfruten la experiencia, pero siendo respetuosos con la localidad y sus vecinos. A continuación intervino Oihan Ekiza, portavoz de Hatortxu, quien recordó el largo recorrido del festival y la valiosa contribución realizada para mejorar la situación de los presos vascos y sus familias, aunque aún queda mucho trabajo que realizar : “Hatortxu dirá adiós el domingo. Pero nosotros no. El lunes seguiremos trabajando hasta que ese ‘hator hator neska mutil etxera’ se cumpla en su totalidad. Hasta que los traigamos a todos a casa”, afirmó con determinación.

El acto culminó con la actuación del grupo Barniz, que interpretó Txandalari, una canción compuesta expresamente para el festival.

Personas instalándose en la zona de acampada. Iban Aguinaga

Primeros conciertos y una campa que se llena poco a poco

A las 18.00, el mismo escenario, con el imponente monte San Donato de fondo, recibió al grupo catalán de reggae Les Testarudes, que puso a bailar a las primeras personas que se acercaron a la explanada con sus temas más conocidos. A esa hora, sin embargo, la campa seguía medio vacía, pues muchos asistentes seguían instalándose. 

El área de acampada ya estaba llena: cientos de tiendas se apiñaban con gracia sobre la irregular llanura rodeada de pinos. Algunos grupos de amigos habían montado espacios comunes con mesas, sillas e incluso banderas reivindicativas ondulantes; unos merendaban, otros jugaban a cartas o se ponían al día, dejando claro que dominaban el arte de acampar en un festival que conocen bien, incluso bajo la amenaza de mal tiempo.

Fermín, uno de los asistentes habituales, destacó la capacidad del festival para conjugar diversión con compromiso social, lo que crea un ambiente único, donde los asistentes son proactivos y respetuosos. “Festivales como este hacen que dejemos el móvil aparcado un fin de semana y nos lancemos a disfrutar”, añadió. Hodei, también veterano, valoró el apoyo brindado por el Hatortxu a la causa de los presos vascos y expresó su deseo de que surjan nuevos festivales con objetivos sociales, que impulsen el euskera y respalden a los grupos de música locales.

Les Testarudes inauguran la programación. Iban Aguinaga

Recorrido del festival y solidaridad innovadora

El ambiente transcurría entre la ilusión y la nostalgia, con asistentes que celebraban el encuentro, pero sin olvidar que es la despedida de un ciclo. Aitor Aguirre, miembro de la organización durante 15 años, rememoró con orgullo sus inicios: “Empezaron cuatro personas organizándolo todo en el frontón de Berriozar. Era una forma muy innovadora de solidaridad en su época, ya que había muchas iniciativas de apoyo a las familias de presos y presas, pero no en forma de conciertos multitudinarios que acercaran la causa al público con tanta eficacia, y ha tenido un recorrido muy positivo”. También reconoció los desafíos actuales, como el declive del trabajo voluntario, que atribuye a profundos cambios sociales. “Estamos en un nuevo tiempo político y queremos darle otra forma a nuestro trabajo”.

Aunque aún hay más de 100 familias afectadas por la dispersión, Aguirre aseguró que seguirán trabajando de otras formas. Animó a seguir luchando contra las injusticias sociales y cerró con una anécdota conmovedora: “Hace siete u ocho años, en plena edición, se me acercó una mujer mayor y me dio las gracias. Yo no sabía quién era. Me dijo que era familiar de un preso. Con eso queda todo pagado”.