En 2022, Alfredo Sanzol estrenó El bar que se tragó a todos los españoles. En aquella historia de tintes biográficos, los bares se convertían en espacios donde los personajes se reunían, compartían experiencias y tomaban decisiones importantes. En la noche del viernes 25 de julio, el público que acuda a La Cava de Olite conocerá El bar nuestro de cada día, monólogo musical en clave de humor, el que crea Antonio Romera Chipi (Algeciras, 1976), que después de 15 años al frente del grupo La Canalla ha emprendido un nuevo camino en la escena.
Iba a preguntarle sobre los límites del humor, pero teniendo en cuenta que va a celebrar un funeral en un bar, igual no tiene mucho sentido.
El humor es el límite.
¿Qué quiere decir?
Pues que, con la ocurrencia que ha tenido, esa y no otra, el humorista ya está poniendo el límite y diciendo hasta dónde puede llegar.
¿Y cuál es el límite de Chipi?
Mi límite está en lo que se me ha ocurrido y no me desagrada, porque si se me ocurre otra cosa y veo que me desagrada, hasta ahí ya no llego. De todos modos, no creo que haya un límite en general para todo el mundo, sino que cada cual tendrá el suyo.
¿Y hay algún tema sobre el que nunca haría humor?
Creo que no hay nada que esté exento de tratarse con humor. Otra cosa es cómo de duro puede ser un chiste. Cuanto más seria sea la cosa y más complicada sea de hablar, más fácil es que se trate con humor. Imagínate algo doloroso de lo que a todo el mundo le cuesta hablar. La declaración de la renta, por ejemplo. ¿No es mejor hablar de ella desde el sentido del humor? Claro que sí, si no vamos a pasar una mala mañana (ríe).
¿Le gustaría tener una despedida como la que oficia para Malandro, el cliente de este bar?
A mí me gustaría hacer como hizo un amigo, Rockberto el de Tabletom. También quisiera dejar las cosas fáciles. De la misma manera que se paga un seguro de vida para que cuando uno se muera el que queda no tenga que cargar con un problema económico, también se podría dejar un poquito preparado lo emocional para que quienes aguantan aquí no tengan que pasar un mal rato. Así que sí, si hacemos como el Malandro, que deja pagada una fiesta de despedida, mejor.
Siempre es mejor recordar a alguien con una sonrisa.
Sí. En Occidente tenemos por norma general una visión muy dramática de la muerte, pero en otras culturas tratan este asunto desde otros prismas. Hay lugares en los que se celebra más el hecho de haber vivido y el tiempo que se ha compartido o el recuerdo y la continuidad. A mí me gusta mucho la expresión “tiempo para el recuerdo”.
¿En qué sentido?
En el de ser consciente de que el ser querido que ha fallecido pasa a un plano distinto y te acompaña, pero ya de otra manera. Quiero decir que, quizá, hay cosas de las que no te das cuenta cuando esa persona está viva, pero que de pronto empiezas a disfrutar de ellas cuando ya no está y las recuerdas. Por ejemplo, el beso de las mañanas. Cuando muere quien te lo daba, sientes nostalgia, pero a la vez mucha alegría al recordarlo.
¿Por qué pasa que en situaciones serias, como un velatorio o una reunión de empresa, nos da la risa?
Porque el antagonista de la muerte no es la vida, es la risa. Creo que es un dispositivo que tenemos para luchar contra el miedo y que nos sirve de seguro emocional para no caer en la depresión o en el mal rollo. Una especie de mecanismo de defensa.

¿Y qué le hace reír a Chipi?
No sé, canija. Me he reído de cosas insospechadas y, sin embargo, hay cosas graciosas que me han dado coraje. Por ejemplo, ridiculizar a la gente que está en peores condiciones que tú. Ese humor que se hace de arriba para abajo me molesta mucho. Sin embargo, el humor de abajo para arriba, donde se hace una especie de justicia y se ridiculiza al poderoso, me gusta. Es la forma que tiene la gente de vengarse ante la falta de meritocracia, ante el hecho de que alguien tenga más que tú solo por haber nacido en una casa privilegiada.
Al final, en todo hay política, también en la risa.
En el café de la mañana hay política; en una canción, en un saludo...
Bares, qué lugares, que dice la canción. ¿Qué papel juegan en nuestras vidas?
Es de los mejores parlamentos y donde mejor se puede observar a una sociedad. A partir de lo que bebe, come, observa y escucha, puedes saber más de un pueblo que yendo al ayuntamiento o al museo. Al mismo tiempo, los bares son lugares que fomentan la conexión; centros sociales donde podemos practicar una cosa que es vital para los seres humanos: estar con otros seres humanos. Hoy en día hay países como Japón o Reino Unido que ya tienen ministerio de la soledad; y es porque se están sustituyendo los bares nuestros de cada día por negocios que solo se preocupan por ser rentables y no por cumplir su importante misión social. Eso de tener que tomarte el café en media hora porque después te echan, es absurdo y provoca un individualismo que nos hace muy infelices.
De hecho, en un momento en que se abren locales en los que los pedidos se hacen a través de una tablet, ¿qué va a pasar con los camareros, esos testigos de tantas vidas?
No vamos a los bares a comernos una tostada. Pan ya tengo en casa, y cerveza y café también, y me cuestan la mitad. No vamos para llenar el depósito y seguir produciendo, sino por todo lo demás. El bar es un servicio público que no puede dejar de existir; vas para que te pongan una cerveza y te escuchen o para escuchar.
“Nos reímos en situaciones serias como los funerales porque el antagonista de la muerte no es la vida, es la risa”
¿Qué tiene que tener un bar para que a Chipi le apetezca entrar?
Gente. Un bar sin humanidad no tiene sentido. Por eso Malandro es nuestro alter ego. Hace lo que nos gustaría hacer a todos, pero no hacemos por las imposiciones sociales. Cumple el que debería ser nuestro objetivo en la vida, que es ser feliz, pero no solo, sino en comunidad. Malandro tiene claro que no hemos venido a este mundo a producir, en todo caso, si tenemos que producir, que sea felicidad, pero no a costa de los demás, sino para todos.
Con ‘El bar nuestro de cada día’, abre una nueva etapa al margen de La Canalla, aunque seguro que se la lleva consigo.
Claro, la música sigue estando, le pone banda sonora a la historia. Además, La Canalla es una filosofía de vida, cuenta con la gente y se hace por y para la gente. Sigo escribiendo los guiones con la misma premisa. A pesar de la tecnología y todas esas cosas, escuchar a alguien contando algo sigue siendo el principio de todas las cosas.