Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen tiempo para perder el tiempo. Así comienza el poema Pobrezas de Eduardo Galeano. Le siguen unos versos igual de certeros sobre el sentir de la pobreza. Ese momento en el que ni siquiera el tiempo, que no tiene dueño, ni precio, te pertenece. Se ha hablado mucho de los pobres en la semana en la que el calendario nos recuerda por un día que hay quien lo está pasando verdaderamente mal. Y lo que está por venir no pinta nada bien para todas esas personas ahora mismo atrapadas en el círculo de la pobreza. Navarra es la comunidad con menor tasa del Estado, gracias a las políticas de los gobiernos del cambio, aunque alcanza ya al 14,7% de la población. Uno no nace pobre, pero según dónde nazcas y cómo sean las circunstancias de tu entorno y tu familia te ves en una rueda o en otra que gira imparable. Ser pobre no es una elección. A la pobreza también se llega. De pronto un día algo estable se viene abajo y caes, porque a los pobres siempre los colocamos al final, abajo, en lo más oculto. La sociedad los invisibiliza cuando optamos por mirar hacia otro lado. Creo que lo más duro de ser pobre tiene que ver precisamente con el ser, no con el tener. Cuando esa situación de precariedad máxima te quita la dignidad y tu esencia como persona, cuando se te impide ser lo que por derecho eres, te anula tu derecho a no ser pobre de por vida. El tener es relativo. Cuánto hay que tener para vivir dignamente puede cambiar mucho de unas personas a otras, pero lo que no cambia es lo que mínimamente necesitamos todos y todas para ser personas con nuestros derechos individuales y sociales.
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