Hipocresía

Es probable que algunos de ustedes leyeran o escucharan ayer mi impotente reflexión sobre el asesinato de la niña Olivia, presuntamente a manos de su madre y como venganza porque su exmarido había conseguido la custodia tras un infierno judicial con la acreditación de hasta 28 denuncias falsas de malos tratos. De entrada, les pido perdón por reincidir apenas 24 horas después en el mismo asunto, pero creo que es oportuno tratar de extraer algunas enseñanzas de este terrible episodio. La más clamorosa y sangrante reside en la brutal hipocresía ante los casos de lo que se ha dado en llamar “violencia vicaria”, es decir, la que uno de los progenitores practica contra una hija o un hijo como represalia hacia el otro progenitor. Como acabamos de comprobar, la intensidad de la denuncia depende de si quien ha acabado con la vida de la criatura ha sido el padre (lo que estadísticamente es más frecuente de modo apabullante) o la madre. Si se da la primera circunstancia, no hay duda en la condena, la convocatoria de concentraciones de repulsa y en el ritual habitual al que estamos acostumbrados.

Mala conciencia

El descoloque llega cuando la asesina vengativa es la madre, como ocurre en el hecho que nos ocupa. Entonces, la mala conciencia y, pensando bien, vaya usted a saber si una noble intención de no dar tres cuartos al pregonero o la dificultad de trabajar con decimales en un escenario dominado por el trazo grueso y la consigna de todo a un euro dictan guardar silencio. Que sí, que pobre chiquilla y hasta pobre padre, pero mejor miramos hacia otro lado, no sea que la derechona machirula y caspurienta haga su agosto. Eso, en la versión más suave, porque basta rastrear media gota las redes para encontrar justificaciones del asesinato de la niña en los problemas psicológicos de la presunta infanticida o, ya con un par, en la justicia patriarcal que le ha quitado la razón en casi una treintena de ocasiones.

Tales para cuales

El resultado final del dislate es que esa derechona machirula y caspurienta a la que aludía arriba se está dando un festín de toma pan y moja. Bajo una nada creíble indignación por el asesinato de Olivia —anda que no tenemos varios másteres sobre el aprovechamiento del dolor de las víctimas—, los opinateros diestros están vertiendo quintales de ponzoña contra lo que llaman “dictadura de género” y lindezas por el estilo. Y la descorazonadora pero puñetera realidad es que esto ocurre porque, como cantaba Aute, los tirios y los troyanos son tal para cual. A unos y otros se la refanfinfla la injusticia. Solo buscan sacar tajada.