El mito de UPN como buen gestor de lo público se derrumbó hace años. En la crisis de 2010 se le vieron las costuras. Sin el viento económico a favor, recurrió a los recortazos para tratar de cuadrar unas cuentas sin músculo mientras salían a la superficie operaciones de nula rentabilidad, muy gravosas para el contribuyente (de esos años son los peajes en sombra que hoy seguimos pagando a doblón), o despropósitos como la compra y venta posterior de las acciones de Iberdrola, una operación en la que se enterraron unos 20 millones de euros.

Eran aquellos los tiempos de las dobles y triples dietas de Caja Navarra. Unas sentadas (no se puede hablar de reuniones) en las que los principales dirigentes de UPN llegaron a embolsarse hasta 5.360 euros de una tacada.

Una década después seguimos sufriendo la digestión de los 23 años de regionalismo en el poder casi seguidos (1991-95 y 1996-2015) mientras vamos conociendo cada vez con más detalle cómo malgastaron el dinero de todos en inversiones sin ningún estudio de viabilidad. Son los casos del recientemente malvendido Circuito de Los Arcos o de las pérdidas millonarias del agujero sinfín que parece ser Sendaviva.

Algunos de los que participaron en aquellos gobiernos siguen viviendo hoy de la política en puestos de relevancia. Ahí están, por ejemplo, Javier Esparza, parlamentario y presidente de UPN, y el veteranísimo Alberto Catalán. Después de alternar durante 28 años consecutivos el acta de parlamentario con responsabilidades de consejero de gobierno, ahora encamina sus pasos hacia una jubilación de oro en el grupo mixto del Senado. En la Cámara Alta sus intervenciones giran en torno al bucle del TAV, el Canal de Navarra y ETA. Sin ir más lejos, este martes desperdició su tiempo tratando de poner la actualidad los recibimientos a expresos de la banda. Marlaska le recordó que en 2018, cuando él llegó al ministerio, se celebraron 38 ongiterris y hoy sólo uno. Poco le importaron a Catalán los evidentes progresos que se han dado en esta materia en aras a mejorar la convivencia. Pidió su dimisión con una sobreactuación que no despertó el interés ni de sus medios afines.