La película As Bestas (nominada a los Goya), al igual que Alcarrás, me ha dejado impactada. Quizás porque soy un híbrido de mujer urbana pero de vocación rural. El peliculón narra la historia de una pareja francesa que se traslada a una aldea del interior de Galicia, próxima a Ourense, para hacer realidad su sueño: vivir en comunidad y de la forma más natural posible. Sin embargo, las relaciones con una de las familias autóctonas se deterioran hasta que se desata el drama. Curioseando por la web encuentro que As Bestas se basa en una historia real que dejó conmocionada a Galicia: la muerte en 2010 de Martin Verfondern, un electricista holandés nacido en Alemania que se mudó junto a su mujer, Margo Pool, a la aldea gallega de Santoalla, en Petín (Ourense) en el año 1997 para trabajar en su propia granja ecológica. La familia originaria rechaza compartir con ellos los beneficios del monte comunal y las promesas que varias compañías eólicas les habían hecho por instalar molinos de viento en ese territorio. La pareja foránea lleva el conflicto a los tribunales y la tensión crece hasta un punto de no retorno. El holandés termina asesinado de un disparo. Su cuerpo y su coche aparecieron cuatro años después. El tema de la película tiene muchas lecturas y te hace pensar en cómo muchas veces idealizamos la vida rural y no llegamos a comprender lo duro que ha sido y sigue siendo vivir en estos pueblos. No entendemos la mentalidad por ejemplo de personas mayores que cuestionan a a quienes no echan abono o pesticidas a la planta de tomate que a su vez nacen más pequeños, sencillamente porque pasaron hambre. O los que defienden que llegue una mina, un parque eólico o solar, o simplemente una gran industria, porque tuvieron que vivir de los bueyes, el contrabando y vieron emigrar a sus hermanos. La violencia gratuita y la impunidad en la que se produce inevitablemente hace posicionarte en esta película al lado de la pareja francesa. Hasta que sales de la trama y vas empatizando mucho más con esos dos hermanos aldeanos que tienen tu edad, viven con su madre, y salen de la cuadra de cuidar las vacas para ir al bar a beber. “No nos quieren ni las putas porque olemos a mierda”, le reprocha al francés su cabecilla. Desde el mundo urbanita muchas veces se ve el campo como un espacio de naturaleza, de libertad y paz pero no siempre se es consciente de la falta de oportunidades que existen. Es diferente adentrarte en este mundo si no es tu cárcel, cuando tienes unos estudios, unos medios y eliges otra vida diferente después de haber conocido otros caminos pero con la posibilidad de volver a hacer otras cosas. En cambio hay muchas personas que viven en los pueblos y que ya han cumplido años que no pueden elegir su destino. Porque el campo, la tierra y los animales ha dado y da para lo que da. Ahora que se está trabajando desde las instituciones de la mano de los agentes sociales en favorecer recursos y servicios en el ámbito rural habrá que conseguir que también ese sector primario sea atractivo, con menos trabas y más ayudas, para trabajar en él. O llenaremos de casas turísticas los pueblos pilotadas desde las ciudades.