La semana se ha despedido con dos noticias preocupantes. Por un lado el fracaso de un supuesto autogolpe en Perú que acaba con el propio presidente detenido y, por otro, la desarticulación de una amplia red de extrema derecha que preparaba también un posible golpe de Estado en Alemania. Lo sucedido en el país andino con un triste final de Pedro Castillo merecería un repaso propio que no debe empañar un esperanzador giro a la izquierda en ese continente. Pero lo que resulta quizá más inquietante es lo de Alemania. Por su cercanía geografíca y por su profundidad. Son muchos los intelectuales y políticos que vienen alertando desde hace tiempo que no hay que confiarse y dar la democracia por asentada. Hay fuertes corrientes globales de fondo que no hay que tomarse a broma. Porque más allá de palabras (en redes sociales, hemiciclos, medios….) empieza a haber ya hechos. Esta película ya la hemos visto. La vieron nuestros abuelos y abuelas. Muchos incluso se dejaron la vida en intentar cambiar el guión. Potenciar el discurso del odio es el arma política de la ultraderecha. El que siembra odio en cualquier ámbito de la vida solo recoge maldad y moverse en ese terreno nunca trae nada bueno. La discrepancia política, sana en democracia y muy necesaria para enriquecer el debate y fortalecer las decisiones finales, se ha visto en los últimos tiempos convertida en una bronca fuera de tono en la que el insulto y la falta de respeto han pasado a ser tristemente cotidianos. Parece que todo vale para desprestigiar al contrario. Nada sucede de repente. La llegada de partidos totalitarios y extremistas a las instituciones ha servido ya para asentar ese discurso del odio, y para tener que soportar a políticos que tratan de ocultar con el grito y el insulto la falta de propuestas, porque no las tienen. Son estrategias para derribar lo que tantos años y esfuerzo ha costado construir y está constando mantener. Vienen aires fascistas desde muchos frentes y hay que protegerse. Para empezar, con una democracia sólida que se sustente en el verdadero debate político para consolidar los derechos básicos. Para seguir, no amplificando estos discursos racistas, fascistas, machistas … que solo buscan provocar y cambiar la agenda política. Hay que articular una respuesta y una estrategia compartida. Aquí y en todas partes, porque estos movimientos globalizados deben de encontrar también una reacción global, solidaria y compartida entre personas, gobiernos, partidos y colectivos, unidos por principios básicos como los derechos humanos, la libertad y la justicia social. Valores que también pueden y deben internacionalizarse. Palabras e ideas para evitar hechos que nunca deberían volver a repetirse. El mundo camina hacia un momento bastante decisivo en el hay que pensar en lo global pero actuar en lo local. Las causas son las de siempre. Los protagonistas también. Cambiemos el final de la película con más palabras y menos odio. Estamos a tiempo.