A Jorge Oteiza siempre le ha perseguido la polémica. En vida y tras su muerte. No se libra. Su arrolladora personalidad, su sentido crítico, su contundencia en el mensaje, la fuerza de sus ideas lo mismo en el arte que en la vida, la grandeza de sus esculturas no dejan indiferente a nadie. Todo lo que tiene que ver con su obra, escultórica o poética, con su arte, con su pensamiento, se mueve entre la agitación, la polémica y a veces el desconcierto. Es uno de esos artistas que nos ha acostumbrado a ver su nombre en los juzgados, por desgracia casi incluso más que en los museos, por conflictos propios o ajenos, por sus acciones, las de otros artistas o las de la Fundación encargada de velar por su legado en Navarra. Un legado único, como único fue Oteiza, que tristemente queda empañado y empequeñecido cada vez que una nueva polémica salpica al escultor. La última es la que tiene que ver con la exposición llevada a cabo en el Museo Diocesano de San Sebastian, Oteiza Argentinan. Dieciséis obras de Jorge Oteiza, con esculturas que no están recogidas en el catálogo razonado elaborado por Txomin Badiola y que por tanto no se pueden atribuir a Jorge Oteiza, tal como aclaró la Fundación de Alzuza en su momento. La denuncia posterior interpuesta por Pilar Oteiza por la explotación pública de imágenes del autor y su obra y finalmente el archivo de la causa ahora conocido, no entran al fondo de la cuestión de si se trataban o no de obras del artista vasco. Una pena que esa duda siga en el aire.