Por fin hemos arrancado la hoja del calendario del infausto 2022. El año que se presumía iba a ser el de la ilusión y la recuperación tras la postpandemia se truncó con la invasión rusa de Ucrania y tiñó de crisis casi todo el planeta. Los designios de grandeza de Putin han cambiado el rumbo de la economía y hemos pasado de sufrir por nuestra salud, e incluso por nuestra propia existencia, a hacerlo por nuestro bolsillo, cuando no por nuestra supervivencia. Al disparate de unos precios energéticos disparados hasta extremos vergonzantes (influenciados también por la especulación en los mercados) ha seguido ahora una cesta de la compra tan cara que ya hay que ir pensando en eliminar productos de ella para llegar con solvencia a fin de mes. Y cuando parece que los precios se van templando los alimentos mantienen su espiral alcista que lo complica todo más. Con las tradicionales subidas de bienes y servicios que vienen con el año para quedarse para siempre. Y con un poder adquisitivo menguante entre amplias capas de la ciudadanía que hace vislumbrar un complicado 2023. Este año la tradicional cuesta de enero va a durar más de un mes. Será la más dura en mucho tiempo y lo peor es que igual se prolonga casi todo el año.