Anteayer se cerró la Navidad que para unos ha sido tiempo de fiesta y celebración y para otros, cada vez más personal, tiempos de depresión y escaso bienestar. El consumismo desatado y la algarabía sonora se han apoderado de estas fiestas. Nuestra época está atravesada por pulsiones comerciales en forma de publicidad desatada. Es un desatino mediático el modo cómo la publicidad se apodera de la tele, para bombardearnos una y otra vez. Es una locura televisiva la manera de lanzar la publicidad de productos de consumo, de manera especial la publicidad de perfumes, esencias, colonias y demás masajes de lujo que en catarata mediática nos machacan para inducirnos a la compra de estos tarros embrujados por bellas mujeres, espléndidos cuerpos de adonis que se pasean ante la cámara con desfachatez y dominio. Y ante tanto desatino es creciente la parroquia que termina harta de las navidades, que encandila a los peques, aburre a los jóvenes y destroza a los mayores. Hartazgo repetitivo de excitación e hipérbole publicitaria en una operación de lavado de coco sin mesura ni control. Es un proceso habitual pasar de la desatada fiesta a la atormentada celebración de unas fiestas paganas en su origen, cristianizadas después y transformadas en la actualidad en escaparates gigantes para la compra y venta de una humanidad esclavizada. La publicidad se presenta esplendorosa en estas calendas que antes invitaban al recogimiento y la fiesta familiar, y hoy se convierte en pura exhibición del lujo del poder económico y la clase social diferenciada. El final de las navidades sembrará en los espíritus más atribulados oasis de c alma social, tranquilidad Y gasto contenido a la espera de las rebajas que acechan a la vuelta del camino. La vida sigue igual .