No conozco que exista un premio al tuit del año. Sí hay quienes eligen el personaje del año, el coche del año o incluso el color del año. Pero el mensaje breve que mejor condense una idea representativa de la realidad característica del momento, y que a poder ser tenga un sentido útil, no se galardona, que yo sepa. Si me correspondiera elegir uno, tal vez el privilegiado sería el que emitió Daniel Innerarity en el mediodía del pasado 20 de diciembre. Decía lo siguiente: “Si en otras épocas el mejor ejercicio de ciudadanía madura y responsable era el compromiso o la movilización, hoy deberíamos aspirar a ser ese ciudadano escéptico que deconstruye los discursos con los que tratan de movilizarle”.

Ni más ni menos, es la constatación de la manipulación y el atosigamiento con los que el poder, de cualquier tipo, trata de perpetuarse a costa de lo que perciban los ciudadanos, y tiene una traslación directa a cómo ha degenerado el discurso político. En la serie “This England” se cuenta la historia de cómo se gestionó el primer año de la pandemia por el gabinete de Boris Johnson, que había ganado las elecciones justo a finales de 2019 y que vio frustrado su poderoso proyecto personal por el virus. Se mezclan los escenarios de lo que acontecía en la sede del gobierno, el 10 de Downing Street, y lo que en paralelo se vivía en los hospitales y residencias de ancianos. El modo en el que se tomaban las decisiones no tenía que ver con las opiniones de los asesores científicos cualificados que exponían sus razones ante los ministros, sino con los reportes de análisis sociológico que ponía sobre la mesa el asesor de cabecera de Johnson, el oscuro Dominic Cummings. El tipo se encargaba de organizar reuniones de focus group (una metodología que permite extraer la opinión de un grupo pequeño pero representativo de personas) y con ello se iba marcando la pauta de si era necesario retrasar el confinamiento o dejar a los ancianos morir en sus asilos sin ser atendidos. Lo que importaba no era estrictamente hacer bien las cosas, sino evitar que lo que se hiciera tuviera consecuencias políticas negativas. La serie nos presenta a un Boris Johnson que se pasa el día recitando a Shakespeare, que sufre pesadillas como alegoría de algún tipo de mala conciencia, y al que se acaba viendo desbordado y fuera de la realidad de lo que pasaba en su país. Justo por empeñarse en hacer de los sondeos de opinión la brújula de sus actos. Por cierto, la miniserie es una producción del grupo Sky, el de Rupert Murdoch, al que siempre se ha tenido por apoyo principal de los conservadores a un lado y otro del Atlántico. Hay que quitarse el sombrero de que en el mundo sajón quepa este tipo de ejercicio de crítica audiovisual sin atender a los compadreos de las democracias más meridionales. Lo que por aquí se estila es que Moncloa firme un contrato con una productora para rodar una serie sobre la figura cesárea del presidente Sánchez, con derecho de preselección de las imágenes que puedan ser emitidas. De verdad, damos asco.

Me contaba hace poco una persona conocedora de los intramundos políticos que en Moncloa se sitúa hoy el mayor gabinete de análisis demoscópico que ha existido nunca en España. Lo de las encuestas cocinadas del CIS es una broma comparada con la potencia prospectiva que se ha instalado aneja a la presidencia del Gobierno, que permanentemente sigue contratando gente para este propósito sin ningún tipo de límite ni pudor. Hay decenas de despachos organizados como una factoría en la que se tabulan encuestas, se hacen similares focus group que los que usaba Cummings, se analiza en tiempo real el pulso de las redes sociales y los programas de radio y televisión, y por fin se destilan los mensajes con los que se intenta orientar el sentir de la opinión pública. Lo que tendrían que sufragar los propios partidos políticos como instrumentos esenciales de su contienda, se ha trasladado, sin que nadie diga apenas nada, a una dependencia oficial constituida en la más abrumadora maquinaria electoral que se recuerda. Lo que salga de ahí va a ir marcando la pauta política de este 2023 electoral, que ya se ha iniciado en la idea de que el único afán que merece la pena es el de construir marcos argumentales, sean verdaderos o falsos, para que el gregarismo amalgame el voto. (Disculpa, Daniel, si he dado a tu tuit la interpretación que más cercana percibo. Sea como fuere, creo que pienso como tú: que Dios guarde nuestra capacidad para mantener vivo el escepticismo y lo sepamos transformar en acción deconstructora frente a la manipulación, que tanta falta hace).