Parte de ese funesto sesgo fatalista que habitualmente suele ahumar mis columnas habría que atribuirlo, claro, supongo, al hecho de que las escribo en lunes. El lunes te proporciona una aspereza especial. No hay nada como un buen lunes, sobre todo si es de enero, para pillar el tono correcto. Y dado que el pasmado lunes era Santa Águila (que, por cierto, murió asada), en los locales de la asociación de ornitólogos, los ornitólogos locales invitaron, a cambio de una remuneración simbólica, a un imitador de aves. Así que hacia allá me dirigí. Pitando, claro. Y al llegar, entre la multitud, vislumbré al talentoso artista en su tarima. Se trataba de un hombre algo romántico que ofreció un bonito espectáculo a demanda. Le decían: la grulla, el buho, la calandria, el zorzal. Y él lo reproducía todo a la perfección. Con cierta gracia. Es el Mozart de los pájaros, decían. Todo eran aplausos y ovaciones. Hasta que alcé la mano yo. El pavo pardillo, le dije. Y entonces se quedó mudo, mirándome de lado. Retador como un gallito. No obstante, el pavo pardillo existe, aunque no lo creáis. El pavo pardillo es una especie endémica, de hecho. En todos los países, claro. En el planeta entero, incluida Tasmania. Yo conozco a muchos, Lutxo, buen amigo. El pavo pardillo es tan pavo y, a la vez, tan pardillo que da su voto (te lo digo porque ya estamos en campaña, ya me entiendes), que da su voto, repito, a los que están erosionando y quieren privatizar la sanidad pública. Y luego se queja. Ese es el pavo pardillo. O sea, les da el voto con la pata y luego se queja. Con el pico. No sé si me explico, Lutxo, le digo. Y entonces va Lutxo y me suelta: Pues yo estoy pensando en darle mi voto a Adanero. Y entonces voy yo y le suelto: Pues si eso es cierto, no estás pensando en nada, Lutxo, porque eso no es pensar. Y así va pasando la mañana Y la vida en general. Sinfónica y coral.