La vida existe sin el cine, pero el cine sin la vida no. Con esta idea se cerraba la Gala de entrega de los premios Goya de este año. Una ceremonia sobria bien llevada por los actores Antonio de la Torre y Clara Lago, que estuvo esta vez a la altura del nivel de las películas que competían por la estatuilla, en la que dicen ya es una de las mejores ediciones de los últimos años. Elevó el listón el acierto de cambiar el guión y arrancar con el homenaje a Carlos Saura, fallecido un día antes de recibir el Goya de Honor, más que merecido por su carrera cinematográfica. Su viuda y dos de sus hijos recogieron el premio con un discurso que ya adelantaba lo que estaba por llegar. La reivindicación del hijo de Saura a las mujeres que acompañaron la vida de su padre con unas hermosas palabras, su hija poniendo en valor el papel del cine y la cultura y su viuda apelando a la importancia de la sanidad pública. Temas que fueron recurrentes después en muchas de la intervenciones de la noche, donde se escucharon voces contra el buling, contra las dictaduras, contra los proyectos que dañan el medio ambiente, a favor de la inclusión, del feminismo y la igualdad, en apoyo a la sanidad pública.... En definitiva reclamando que el cine es esencial para acercar y abordar los problemas de la sociedad actual. De hecho no es casualidad que entre las mejores películas del año apenas haya espacio para la comedia y sí mucho margen para el drama, para el dolor que muchas veces arrastra la vida cotidiana. Tampoco la gala fue un guión de chistes fáciles. Quizás es que salimos de un tiempo en el que nos ha faltado la risa. Suerte que nos ha quedado el buen cine y las ganas siempre de sonreir ante la vida.