¿Qué hay más racista que decir que no lo eres pero afirmar acto seguido que los que vienen de fuera son delincuentes, violadores, vienen a por las ayudas, son demasiados y no les podemos ayudar a todos, cobran prestaciones lo que provocan un efecto llamada, les dan una vivienda gratis, utilizan servicios públicos que no pagan o nos quitan nuestros empleos? Son comentarios que se escuchan hoy en la calle. Simplemente por nacer en otro lugar, a apenas unos kilómetros de la frontera o quizás en la otra esquina del mundo, alguien puede convertirse en un tipo peligroso. Observado. Y pasar a vivir bajo sospecha. Simplemente por tener unos rasgos diferentes puede ser motivo suficiente para asociar ciertos estereotipos a toda una comunidad.

Pese a llevar conviviendo con la imigración muchos años. Un odio que es palpable en las redes sociales, un espacio de impunidad donde los comentarios xenófobos parecen ser, hoy, menos hirientes que hace una década, quizás porque tienen un aval político. Lo reconoce con crudos ejemplos Amnistía Internacional con motivo de la celebración esta semana del Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. Okba Mohammad, periodista sirio que, debido a la guerra en su país, lleva 3 años residiendo en Madrid, es testigo cuando pasea por su barrio de cómo se discrimina a la gente racializada y el empleo de violencia policial porque “tienen un perfil sospechoso”. Esa discriminación la hemos vivido muy de cerca con la invasión rusa de Ucrania que derivó en la salida de personas refugiadas ucranianas hacia toda Europa y su acogida en países europeos. Una Europa que olvida a aquellas que estaban en lista de espera de otros países en conflicto desde hace mucho tiempo y que solicitan refugio o asilo a las que se les niega sistemáticamente. Quizás porque estos son “blancos como nosotros”. La imagen de inmigrantes saltando la valla de Melilla es, para muchos, la foto de la “invasión” de los negros que quieren entrar a Europa. No es la foto de la pobreza, de la miseria.

Sos Racismo Navarra destacaba a su vez esta misma semana las dificultades que encuentran las personas de fuera para acceder a un bien básico como es la vivienda en un mercado que les excluye. Beatriz Villahizán ponía en evidencia que en los últimos 10 años los alquileres en Pamplona han subido un 40%”, por lo que la vivienda ha pasado de ser “un derecho” a un “privilegio”. Esta situación está provocando hacinamiento en viviendas, imposibilidad de empadronarse, infraviviendas o, sencillamente, la existencia de personas sin hogar. Diferentes colectivos sociales alertaban en este sentido que a partir del 31 de marzo, cuando cierre el albergue de Jesús y María de Pamplona, unas 50 personas se quedarán en la calle, a las que se suman otras 30-40 que duermen en las calles. Personas sin papeles y sin techo. Personas que no nos importan lo suficiente.