Si algo ha definido a lo largo del tiempo a los habitantes del Valle de Aranguren es su espíritu de comunidad y el interés por conservar su patrimonio y cultura. Pueblos que pese a su proximidad a Pamplona han sabido mantener su identidad sin crecer a lo loco. El municipio que en su día se vio obligado a albergar contra su voluntad el vertedero de toda la comarca se ha convertido hoy en uno de los lugares de peregrinación a nivel nacional e internacional a raíz del hallazgo de la mano de Irulegi. Aranguren ha dedicado diez años a poner en valor el castillo de Irulegi. En 2018 se inició la excavación arqueológica del poblado sobre el que se tenía referencias de un asentamiento romano. Hoy, fruto de un trabajo minucioso, lo que en realidad era el reducto de un pueblo vascón que habla de los orígenes del euskera en Navarra y verifica que el vasco antiguo se hablaba en Aquitania y en la zona de los vascones en el momento de la llegada de los romanos, tal y como recoge Joaquín Gorrochategui en el libro Irulegi, de Aranzadi. La conservación de las riberas del Sadar, el cierre del vertedero (junio de 2024), el impulso a la balsa de Ezkoriz como refugio de aves y, ahora, la recuperación del palacio de Góngora como centro medioambiental y patrimonial, con 300.000 euros de fondos europeos, resumen las acciones de un valle que no busca el turismo si no es de forma sostenible. Un palacio que se pondrá en valor cuando el valle se haya desprendido del vertedero y funcione la planta de Imarcoain. Cada pueblo trabaja su karma. Y el valle lo viene haciendo al menos desde la Edad del Hierro. Sorioneku!