Tiempo de escapada, de poner tierra de por medio, de viajar, de desconectar, de pasear estrenando primavera, de volver al mar saludando al verano o apurar las últimas nieves para despedir el invierno. Sentir las horas por delante dejando la prisa atrás. Estamos en ese tiempo, el de la Semana Santa, la fecha del año de mayor movilidad. Cinco días que tienen que cundir mucho para la inmensa mayoría y dos largas semanas para los más afortunados. Las cifras que maneja el sector así lo corroboran. Este año sí, en estos días festivos, el que no trabaje y pueda permitírselo viajará sin restricciones. Parece muy lejano aquel pasaporte Covid, pero hace justo un año era requisito para movernos por el mundo. De aquella pandemia ya salimos, no mejores, pero sí diferentes. Ahora estamos en plena crisis, en una escalada de precios donde viajar se está convirtiendo en una práctica cada vez más cara que no está al alcance de muchos. Pero debería estarlo en mayor o menor medida, porque el hecho mismo de viajar por placer es siempre un momento de ilusión, un propósito de los que te alegran desde el instante en que lo piensas hasta el día que regresas. Viajar forma parte de los que somos porque en esta vida estamos en continuo tránsito. Aunque sea a un lugar cercano, aunque solo nos movamos para un día. De cada destino siempre te traes algo nuevo, incluso si el viaje es interior, sin moverte del sitio.