Con buen criterio, la Sociedad de Ciencias Aranzadi, autora del informe Oroimena, que ha dado pie al ayuntamiento de Galdakao a incluir a dos miembros de ETA con varios asesinatos a sus espaldas en una página web de recuerdo y homenaje a víctimas locales de vulneraciones de los Derechos Humanos, ha manifestado su disposición a revisar su metodología de trabajo para no causar dolor añadido a quienes fueron objeto de un sufrimiento injusto. No se espera menos de una entidad de reputación indudable que tiene acreditada una ímproba labor a favor de la recuperación de la memoria histórica y democrática en todas sus vertientes. Por eso mismo, urge una rectificación en los planteamientos para no dar lugar a equívocos ni propiciar lecturas que hacen tabla rasa de las diferentes vulneraciones y que, además de aumentar el padecimiento de las víctimas, incurren en un blanqueamiento intolerable de quienes, a estas alturas, ni siquiera han sido capaces de hacer una mínima reflexión crítica sobre el daño causado.

Es un principio muy simple que, de hecho, es el que estableció hace tiempo el Instituto Vasco de la Memoria, Gogora, para la elaboración de informes municipales de este tipo. Las dos premisas básicas son “un pronunciamiento claro de denuncia inequívoca del terrorismo, la violencia y la vulneración de Derechos Humanos” y “evitar equívocos que revictimicen a la víctimas”, es decir, no mezclarlas y confundirlas. Es evidente que la indicación no se ha seguido en el caso de Galdakao ni, según vamos conociendo, en otros ayuntamientos que albergan páginas web similares.

Más allá de polémicas y denuncias cruzadas, estamos en el momento de la rectificación. No se trata de negar que también los victimarios como, en este caso, Xabier García GazteluTxapote y Jon Bienzobas, tienen derecho al reconocimiento de las vulneraciones que hayan podido sufrir, sino de no colocarlos a idéntica altura de las víctimas que ellos mismos produjeron y, mucho menos, de justificarlos. Es lo que nos debemos como sociedad y, especialmente, es lo que debemos a las nuevas generaciones que desconocen casi todo sobre nuestro pasado reciente.