Los delitos de odio crecen. No vale engañarse ni mirar hacia otro lado. La orientación sexual de las víctimas es una de las principales causas del creciente número de delitos de odio, en concreto la tercera por detrás de los que tienen raíz ideológica y los referidos al ámbito del racismo y la xenofobia. Pero abarcan también otras violencias cotidianas como el machismo, la misoginia, la diversidad funcional, la discapacidad, las enfermedades, la salud mental, el acoso escolar, las prácticas religiosas o la aporofobia o rechazo a las personas pobres. Pese al aparente carácter culto y democrático de la sociedad del siglo XXI, sigue habiendo preocupantes síntomas de intolerancia, discriminación, desigualdad y persecución contra personas o colectivos. Son actitudes inadmisibles e inaceptables en nuestra sociedad, pero que lamentablemente se repiten con frecuencia. Y pese a las alarmas y progresiva penalización de esas actitudes delictivas, en muchas ocasiones con graves agresiones físicas, no solo no se han reducido, sino que han ido a más cada año y se han extendido a través de internet y redes sociales. Una sociedad madura, abierta, plural y democrática como la navarra debe aplicar, sin excusa alguna, la tolerancia cero contra el odio al diferente porque nada justifica la agresión verbal, física o la amenaza en cualquiera de sus formas contra personas o colectivos desde el poder de la manada. Es aún más difícil comprender que jóvenes nacidos en el siglo XXI sean homófobos, racistas, supremacistas, clasistas, intolerantes o machistas. Pero existir, existen, y conviven con nosotros y nosotras a veces mucho más cerca de lo que queremos pensar o creer. La educación en el respeto y la tolerancia no están aseguradas. Al mismo tiempo, hay un discurso político, educativo, pseudocultural y mediático en auge que cuestiona la validez de los valores de una convivencia integral y tolerante. La devalúan, la hacen objeto de humillación y la descalifican de forma grosera y chabacana. Todo lo que se ha dicho y escrito sobre el programa Skolae en Navarra es un buen ejemplo de ello. Un inmensa y apestosa montaña de basura inhumana que blanquea y trata de ocultar la miseria de la violencia del odio y señala a los diferentes sean cuales sean sus diferencias. Una agresiva y grave campaña social y política de corte negacionista por parte de sectores de la derecha y, sobre todo, por la ultraderecha espoleada por su respaldo institucional y mediático que están poniendo en riesgo los consensos y derechos básicos alcanzados y resguardados por los derechos democráticos y los derechos humanos. Se utilizan el antifeminismo, las migraciones o el rechazo racista, la diferencia social y económica, religioso o sexual para una naturalización política de la violencia contra las mujeres, las opciones sexuales, la pobreza o el color de la piel. Sin embargo, se utiliza la legislación contra los delitos de odio no tanto para perseguir estos como para limitar y penalizar la libertad de expresión cuando lo que expresa esa libertad no gusta a los mismo poderes que minimizan el alcance y consecuencias de la expansión de ese odio contra el otro. En realidad, en este siglo XXI, pese a los avances humanistas y los avances legales, políticos, educativos, sociales y colectivos que los sostienen, la desigualdad permanece todavía en el subconsciente de la sociedad.