En apenas unos días, la derecha ha pasado de estar enrabietada a crecida. Ha sido conocer el recuento de las elecciones municipales y de doce gobiernos autonómicos, en el que el PP aventajó al PSOE en 700.000 votos y tres puntos porcentuales, para lanzarse a interpretar este resultado en clave de elecciones generales. Una lectura interesada, pese a que todo el mundo sabe que se vota diferente cuando hay que elegir al alcalde del pueblo, al presidente de la comunidad o al del Gobierno de España. Nada de esto ha sido tenido en cuenta por la derecha y su amplia cohorte de voceros. Todo dentro de un estado anímico de euforia desenfrenada hasta el punto de que Feijóo no ha tardado en adelantarnos los planes retrógrados que piensa poner en marcha si algún día es capaz de asentar sus posaderas en Moncloa. De una tacada, nos ha anunciado que planea derogar la Ley de Memoria Histórica y la conocida como Ley Trans, que revisará normas que suponen un indudable avance social como la que permite la eutanasia y que volverá a dar la enésima vuelta de tuerca a la Ley de Educación.

No parece, en todo caso, una táctica muy aconsejable esa de amedrentar al personal sacando la motosierra a pasear antes de tiempo, ni vender la piel del oso sin esperar a cazarlo. Pese a que para esas decenas de tertulianos paniaguados que copan los teatrillos de debates televisivos, lo que denominan el sanchismo está en tiempo de descuento, la realidad es que el partido no ha terminado. Y si por algo se caracteriza Sánchez es por no sucumbir al desaliento y por salir airoso de pulsos tan complicados como este o más. No hay más que revisar un poco la trayectoria del que es un referente en supervivencia. Entre tanto, ni en Navarra, donde Chivite repetirá en el cargo, ni en Pamplona, donde la cuarta vía de Koldo Martínez gana enteros para acceder a la Alcaldía, la derecha tiene algo que celebrar. Al contrario, sigue arrastrando la resaca del 28-M y acude con dudas y sin superar la división interna a la cita del 23-J después de haber dejado claro que la pelea no responde a cuestiones ideológicas, sino al reparto de puestos.