Hay dos elementos consustanciales a un proceso electoral cuya continuidad habría que plantearse o descartar por completo: la jornada de reflexión y los sondeos a pie de urna. La jornada de reflexión solo sirve para apagar el ruido político de los quince días anteriores: el que no va a votar lo tiene claro y el que va a hacerlo, también. No creo que el ciudadano dedique alguna hora del sábado (y menos en el mes de julio) a repasar los programas de los partidos políticos y fruto de su estudio detallado tome una decisión irreversible.

Por otro lado, los sondeos a pie de urna van perdiendo credibilidad; vienen bien para dar cuerpo a las tertulias de análisis durante la primera hora de la noche electoral y poco más. Ayer, un par de avances sobre los resultados llegaban a sugerir que habría mayoría absoluta sumando los escaños de PP y Vox. En un día de calor, la mitad del país sufrió un escalofrío del que tardó en reponerse. La ministra portavoz pidió precaución y acertó. Pero no estamos para estos sustos. Luego, el recuento fue como el de Eurovisión, bailando un escaño arriba o abajo, dependiendo de donde proviniera el recuento. Nada que ver, en fin, con las previsiones de las ocho. Reflexionen.