En el larguísimo camino hacia la igualdad real entre hombres y mujeres, cualquier avance es bienvenido. La gesta de las chicas de la selección de fútbol es uno de ellos. Hasta hace cuatro días, el interés por la versión femenina de este deporte era mínimo. Apenas les hacían caso sus propias familias. Los clubes más importantes no estaban por la labor de crear una sección femenina y los principales operadores de televisión eran reacios a hacerles un hueco en sus parrillas porque dudaban de la rentabilidad. Todos esos muros se han derribado. Hoy ya nadie cuestiona que juegan bien y que dan espectáculo, y las audiencias asó lo ratifican.
Las retransmisiones del Mundial de Australia y Nueva Zelanda, pese al desfase horario, han tenido una respuesta del público equiparable a los de otras grandes citas deportivas. La semifinal ante Suecia, disputada en día festivo –el martes 15 de agosto– a las 10 de la mañana, congregó delante del televisor a casi dos millones de espectadores, con un 45.4% de share. Y seguro que la audiencia del partido de ayer habrá sido superior a la de muchos partidos de la selección masculina. Algo inimaginable hace bien poco, que supone un espaldarazo para todo el deporte femenino más allá del fútbol.