Punto de partida para una nueva edición de Zinemaldi en Donosti con la entrevista de Évole a Josu Urrutikoetxea como argumento de atención estrella. No me gusta, me da pena, que la entrevista al ex miembro y ex dirigente de ETA haya llegado por encima de los títulos que se exhiben en las diferentes secciones y aprovechando la ausencia de una buena parte del glamour que aportan actores y directores y premiados varios por la huelga de guionistas y actores en EEUU. Semanas de dimes y diretes cruzados entre víctimas del terrorismo que opinan diferente, firmas para exigir la retirada de la programación del Zinemaldi, pases privados previos al estreno, decenas de entrevistas, columnas y artículos de opinión en contra de la exhibición de la entrevista, la inmensa mayoría firmados por protagonistas que ni siquiera la han visto. Inevitable no echar la mirada atrás y recordar aquel agrio intento de censura colectiva contra el documental de Julio Medem La pelota vasca. O el mismo tipo de presión política y mediática que sufrió hace una década más o menos Zinemaldi para no emitir el documental Ventanas al interior, que mostraba la vida de cinco presos de ETA a través de la mirada cinematográfica de cinco directores. No he visto la entrevista de Évole a Urrutikoetxea y tampoco tengo intención de verla. No me interesa a estas alturas de la vida nada lo que pueda decir o callar Urrutikoetxea y no me gusta el formato que hace Évole de este género periodístico. Un combate de protagonismo en el que siempre juega con ventaja. Pero defiendo y defenderé su derecho a hacerla, incluso a alimentar una buena campaña de publicidad y marketing que haga ganar más dinero a su productora de televisión de Évole y a la plataforma Neflix. La cartelera y la programación de televisión ofrecen diariamente muchas cosas muy diferentes: productos industriales que mueven millones de euros, espectáculos artísticos, producciones exóticas inspiradas en el arte más íntimo, ocio y entretenimiento sin mayores pretensiones, producciones propagandísticas con pretensiones de manipulación colectiva, etcétera. Y también se pueden ver cada semana reportajes periodísticos o documentales que recogen las opiniones y vivencias de terroristas, guerrilleros, narcotraficantes, presos de conciencia, corruptos y corruptores... en diferentes partes del mundo sin que nadie diga nada. Es más, gozan de prestigio profesional e interés social. En este tiempo, no creo ya que pueda haber euforia ni reconocimiento hacia quienes protagonizaron y apoyaron aquellas décadas de inhumanidad desde las diferentes violencias que asuelaron este país. Pero sí debe haber valoración de lo logrado. De haber sido capaces como sociedad y como pueblo de dejar atrás con memoria y sin olvidos una época oscura de sufrimiento y muerte. Quedan aún heridas sin cerrar, pasos sin dar, decisiones sin tomar, relatos interesados de parte que falsean los hechos y hechos sin asumir. Pero ya hay nuevas generaciones en Euskal Herria que no han vivido aquel mundo de violencias que vivieron sus padres y abuelos. Eso es mucho. Creo que la mayoría de la sociedad tiene claro qué ocurrió en esas cinco décadas de violencias y lo que ha sucedido en los últimos 12 años. Y que esa mayoría coincide en un relato común. Évole y Urrutikoetxea llegan ya tarde.